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Isabel lópez
Lunes, 4 de febrero 2019, 10:42
Verde por fuera, blanca por dentro y con pepitas negras de buen tamaño, así es la chirimoya, una fruta de invierno que vemos en los mercados y que cada día despierta la curiosidad de más personas. Los fruteros invitan a probarla aludiendo a su sabor dulce, a sus cualidades nutritivas, a su fácil consumo y a que permite ampliar el abanico de frutas al que estamos acostumbrados. Su sabor sorprende tanto como su textura, ya que uno y otra son muy diferentes al de otros frutos también tropicales. La chirimoya es muy sensible y delicada. Conviene adquirirla cuando presente un tono verde oscuro y dejarla que madure unos días en casa a temperatura ambiente. Cuando adquiere un color más claro o tiende al amarillo está ya madura y lista para consumir. Entonces, basta con cortar la pieza por la mitad y comer la pulpa con una cucharilla, como muchas veces hacemos con el kiwi, cuidando eso sí de retirar sus numerosas semillas negras. Como pasa a la manzana y a otras frutas, el contacto con el aire ennegrece su pulpa, por lo que hay que consumirla recién cortada o si no rociarla con zumo de limón o de lima para que mantenga la blancura.
Fresca, como cualquier otra fruta, resulta deliciosa para terminar una comida o como tentempié a media mañana o por la tarde, aunque puede emplearse en la elaboración de postres como natillas, helados, batidos y mousses. Y son un ingrediente original e inesperado en diferentes tartas, como la de queso o tiramisú, a las que aporta su frescura.
La presencia de la chirimoya en platos salados es ya más limitada, aunque en Andalucía es fácil encontrar una versión de ajoblanco con esta fruta. O podemos incluirla en salsas como la bechamel o la de cacahuete para acompañar lasañas o carne de pollo o de pavo. Y casa muy bien con lechuga, tomate y granada para formar una ensalada de lo más refrescante.
Chirimoya de la Costa Tropical Granada-Málaga es la denominación de origen protegida de esta fruta tropical, sello de calidad concedido en 2002. En esa zona de Andalucía, a lo largo de los valles del río Verde, se dan las condiciones climatológicas idóneas para el desarrollo de un producto que comenzó a cultivarse en la región a finales del siglo XIX. De los huertos familiares se ha pasado a grandes extensiones y a más de 3.000 hectáreas. La chirimoya es muy delicada y soporta mal el transporte, por lo que más del 90% de la producción nacional se consume en el país.
Con chirimoya puede hacerse una rica tarta con queso. Necesitamos 550 gramos de la fruta limpia, sin piel ni semillas, que trituraremos en la batidora junto a cuatro huevos, 150 gramos de azúcar, 250 gramos de queso fresco, otros 150 de queso crema y el interior de una vainilla. Sin batir demasiado obtenemos una crema fina, que taparemos y dejaremos reposar en el frigorífico mientras el horno se calienta a 180 grados. En un molde untado con mantequilla ponemos la crema, que tardará unos 50 minutos en cuajar. Puede tomarse templada o fría, dejándola una noche en la nevera.
Es una fruta de fácil digestión gracias a unas enzimas que facilitan su asimilación por el organismo. La chirimoya tiene un efecto saciante y regulador de los niveles de glucosa en sangre por su gran cantidad de fibra, lo que ralentiza la asimilación de los azúcares y favorece que tardemos más tiempo en sentir hambre.
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