Digresión, gula y nutrición
Un comino ·
BENJAMÍN LANA
Viernes, 4 de enero 2019, 20:30
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Un comino ·
BENJAMÍN LANA
Viernes, 4 de enero 2019, 20:30
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Vivimos tiempos de una corrección social y política tan desmesurada y epidérmica que el ser parece haber perdido el combate contra el parecer. Lo importante no es la naturaleza del ente sino la imagen que consigue transmitir. Cada día nos separamos más de las enseñanzas de los clásicos que tanto filosofaron para poder alejarnos de las tinieblas. El presidente del Gobierno desea «felices fiestas de invierno» para no decir Navidad y marca perfil como si hubiera escrito el 'tuit' después de una tarde entera viendo capítulos de vikingos en el Netflix, o peor aún, como si uno de los señores asesores le hubiera medido el alcance del mismo para captar a alguna capa poblacional que se le escapa por la banda como un extremo izquierdo. Qué decir de la cantidad de leyes innecesarias de unos y otros, cargadas de simbolismo ideológico, y de las políticas de revisión y corrección de comportamientos y expresiones sociales que se imponen a machamartillo todas las semanas.
De momento, a los de esta secta que formamos los disfrutones irredentos y los plusmarquistas del paladar nos han dejado bastante en paz. Las huestes prohibicionistas han tenido otros caladeros más importantes, pero ya nos llegará nuestro San Martín y me temo que pronto. Hasta la fecha la cosa nos ha llegado en forma de recomendaciones. Que los niños no coman ni beban tanto azúcar, que rechacemos el alcohol -poniendo a cualquier matarratas destilado al mismo nivel que al vino más natural- y que optemos por los zumos de cosas verdes y los productos bio y eco. Así dicho suena medio responsable. La nutrición por delante de la gastronomía, la salud antes que el placer. Resulta difícil rechazar de pleno semejante planteamiento, incluso deberíamos aplaudir a todos aquellos que trabajan para que culinaria y alimentación sana puedan caminar de la mano. Los que dedican su tiempo para que los platos de verduras puedan ser tan deliciosos como el foie gras deben tener su reconocimiento así en la tierra como en el cielo.
Así que tampoco esperen que ahora me ponga a defender los excesos de 'La Grande Bouf fe', aquella película mítica de Marco Ferreri, con Rafael Azcona como coguionista, en la que cuatro amigos se reunían en una villa de París para comer hasta matarse. Ni vivo una situación de hastío vital como la de ellos ni creo en la exacerbación del placer por encima de todas las cosas. Yo me muevo entre el refocile gastronómico y la nutrición de precisión. En serio.
Cuando ya me había tranquilizado del todo me di cuenta que lo mismo que el conocimiento de mi ADN había servido para hacerme el bien también habría podido servir para fastidiarme y hacerme el mal en la salud y en el paladar. El día que se entere la clase política de las posibilidades de la nutrición de precisión vamos a pasarlo muy mal. A ver quién se come un triste pincho de tortilla fuera de casa. Aprovechen ahora que pueden. Luego quizás sea demasiado tarde.
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