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Su aspecto llama la atención. Y, al principio, no para bien, que ya se sabe la mala fama que arrostra todo lo negro. ¿Está pocho ... ese ajo? ¿Se ha echado a perder? ¡En absoluto! El ajo negro es un condimento cada vez más usado en nuestra cocina. Habitual en las gastronomías tailandesa y, sobre todo, en la coreana, matiza el proverbial sabor del ajo y suaviza su intenso aroma. ¡Y no se repite!
De textura untuosa –resultan pegajosos al pelarlos y hay que manejarlos con delicadeza para que no se nos deshagan– el ajo negro presume de tener un sabor dulzón, pero con un toque ácido. Y apela al umami, a ese quinto sabor, suave y prolongado, que te llena la boca. Acompaña extraordinariamente a los platos de pasta y a los risottos. Un alioli de ajo negro, además de presentar un color singular, resulta especialmente cremoso y suave. Y si se laminan y extienden unos ajos negros sobre unos tomates naturales, con un poquito de AOVE y sal, tenemos un entrante exquisito que potencia el sabor del tomate.
Si el ajo normal atesora muchas y muy buenas propiedades, que era de uso habitual por los médicos babilonios, egipcios y griegos, el ajo negro no le anda a la zaga. Es aliado imprescindible contra la hipertensión y la versión negra tiene hasta 10 veces más efectos antioxidantes que la común, además de fortalecer el sistema inmunológico, aumentando nuestras defensas. Y ojo a sus propiedades energéticas: no conviene consumirlo antes de ir a dormir, que nos puede poner como motos. Como no es fermentado, alivia las molestias gastrointestinales y aporta vitaminas y minerales.
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