
Entre algas, sushi y roscos de Loja
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gastrobitácora ·
Las gastronomías más exóticas nos permiten viajar lejos a través del sabor. Al recorrer la provincia nos reencontramos con sabores de antaño que es un placer volver a disfrutarJesús Lens
Granada
Viernes, 9 de abril 2021, 02:11
Salvando la del año pasado, que nos sorprendió confinados en casa, la reciente Semana Santa ha sido una de las más peculiares de nuestra vida. ... Al no poder exceder los límites provinciales y con la Costa Tropical repleta de gente haciendo cola en los chiringuitos, opté por quedarme en casa y hacer salidas puntuales.
El bacalao, por tanto, ha sido casero. Con tomate. Rico y sabroso. Me hubiera gustado echarme al coleto algún guiso o potaje, que llevo tiempo sin entregarme al cuchareo, pero no se dio el caso. Aunque la Pascua haya quedado atrás, espero encontrar la oportunidad antes de que los calores inviten más a los gazpachos y ajoblancos que a los caldos humeantes.
Para aportarle un poco de exotismo a las fiestas, eso sí, aprovechamos para disfrutar de la gastronomía nipona en uno de los japoneses más antiguos y con solera de Granada: el Bambú. Está tan integrado en nuestra cultura que pone señoras tapas con cada consumición, al margen de lo que pidas de comer.
Abrimos con unas gyozas y unas verduras en tempura a modo de aperitivo y, como entrante principal, una suculenta ensalada de algas. Y cuando digo de algas quiero decir de algas, no una ensalada tradicional que incorpora alguna que otra alga para aportar color. De este ingrediente tan especial, llamado a desempeñar un papel cada vez más importante en nuestra vida culinaria, hablaremos próximamente.
Seguimos con un poquito de sushi y el pollo teriyaki, muy sabroso, dio paso a un wok de cordero con cebolleta muy ligero que, para mí, fue lo mejor del menú. El Bambú ha adaptado su terraza para disfrutar de sus platos en el exterior, algo muy de agradecer en estas fechas. Como siempre, la clave está en comer rápido… y en pedir que los platos salgan poco a poco, para que no se queden fríos. Algo que los restaurantes con mesas fuera deberían tener en cuenta a la hora de servir. Hace poco me pasó que, en una terraza a la sombra, sirvieron juntos varios platos para compartir y nos pasamos la comida pidiendo al camarero si los podía pasar otra vez por la lumbre, el horno o el microondas para darles un poquito de calor, que se habían quedado más tiesos que la mojama. ¡Una y no más!
Estos días también aprovechamos para ir a Loja y disfrutar de sus monumentos, del trazado medieval de su casco antiguo, su estatuaria, iglesias y alcazaba. Aunque no tenga que ver con el condumio, apunten como visita obligatoria el convento de Santa Clara, una maravilla del Barroco recientemente restaurada que corta la respiración.
El caso es que a mediodía buscamos un sitio donde comer en la calle sin complicarnos mucho la vida. Vi habas con huevos y jamón en un menú y me cegué, pero eran de bote. Que estaban buenas, ojo, pero no eran lo que esperaba. Eso me pasa por no preguntar previamente. Otra vez.
Para el postre tiramos por la calle de enmedio, literalmente hablando, y fuimos a una de estas tiendas que, nada más echarle la vista encima, te pide entrar a voces. La confitería Santa Teresa, en pleno centro urbano y que presume en su escaparate de llevar abierta desde 1840, tiene una oferta tal de dulces que a una persona diabética podría darle un pitango nada más traspasar sus centenarias puertas.
Pintada de un hermoso color azul y con varios elementos decorativos de época, la confitería vendía los dulces propios de la Semana Santa, pero optamos por pedir respostería tradicional: magdalenas caseras, unos volcanes de almendra, soplillos y, por supuesto, los famosos y tradicionales roscos de Loja. Nos los tomamos en el singular mirador de Sylvania de la localidad lojeña, rodeados por las efigies de los hermanos Marx.
Para mí, de todos los dulces tradicionales de Granada, los roscos de Loja son mis favoritos. Creo que me podría comer una caja sin despeinarme. Y sin cansarme. Esa mezcla del rosco blandito, tierno y cremoso recubierto de una capa dura y crujiente de merengue me disloca.
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