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Jesús Lens
Granada
Viernes, 3 de junio 2022, 01:18
Dormir en la Alhambra, desde los tiempos del Romanticismo, ha sido un íntimo deseo, el anhelo de viajeros de todo el mundo.
A la caída de la tarde, cuando la mayoría de turistas baja de vuelta a Granada, los residentes en el Parador tienen la indescriptible sensación de que durante unas horas, serán los legítimos dueños de la Alhambra.
Porque el Parador de Granada tiene un emplazamiento único, dentro del recinto nazarí, entre fuentes y jardines de belleza sin igual.
Un establecimiento que conecta el aquí y el ahora con el pasado histórico de nuestra tierra, a caballo entre el medievalismo árabe y el Renacimiento cristiano.
Su historia data de 1495, apenas tres años después de la Toma, cuando los Reyes Católicos mandan construir un convento sobre el antiguo palacio nazarí de los Infantes, que se encomendó a los franciscanos, la orden de referencia de Isabel de Castilla. Desde entonces, el edificio no ha dejado de transformarse y enriquecerse a lo largo de los siglos.
Así las cosas, la superposición de culturas y elementos artísticos hace del Parador de Granada todo un monumento histórico en sí mismo, brindando una lección de historia a quienes pasean por sus distintas dependencias.
Numerosos objetos históricos y artísticos, mapas, piezas de mobiliario y cuadros muy diversos, todo ello convenientemente repartido entre los espacios comunes y las habitaciones, lo convierten en un museo rebosante de vida. La Qubba con vistas al Generalife, la acequia y las fuentes, el propio claustro con sus columnas toscanas, la cripta…
Pero, sobre todo, el Parador es belleza, elegancia, calma y sosiego. Un lugar donde estar, y no solo al que ir. Un lugar donde disfrutar con todos los sentidos cada minuto de la estancia, más allá del siempre necesario y bienvenido descanso del viajero.
La decoración de sus habitaciones, a las que no falta un detalle, recuerdan al huésped que se encuentra alojado en un edificio con cientos de años de historia. El tiempo pasa más lento. El poso de los siglos se deja sentir en cada recodo.
Algunas de las habitaciones recuerdan su origen conventual y otras presentan una decoración más arabizante. En todas, los juegos de luces convierten la estancia en una experiencia multisensorial. Y a destacar los baños, todos ellos con mármol de Sierra Elvira.
Mención aparte merece el restaurante del Parador, El Almorí, con Juan Francisco Castro como cocinero jefe, igualmente enclavado en un entorno mágico: los jardines del Generalife.
La carta de El Almorí está basada en los productos de temporada, algunos de ellos cultivados y cosechados en las propias huertas de la Alhambra, siguiendo una tradición inmemorial. O el aceite, de olivos lucios milenarios. Con el paso del tiempo, Juan Francisco Castro y su equipo han ido creando un recetario repleto de resonancias gastronómicas nazaríes, con raíces, historia y tradición. Sus desayunos son igualmente sugerentes y exquisitos.
Una propuesta culinaria que resulta muy asequible y ofrece una inmejorable relación calidad-precio, al margen del marco incomparable en que se enclavan sus mesas y sillas.
Un espacio igualmente agradable para tomar un café o un aperitivo, disfrutando de la quietud, el silencio, la paz y la calma del entorno.
De todos los alojamientos singulares de Granada, el Parador es único, exclusivo e irrepetible, por continente y contenido. Alojarse entre muros permite que el huésped se sienta como un auténtico sultán. O sultana.
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