Las manitas de cerdo, un plato gelatinoso, sabroso y comprometedor.
Gastrobitácora

Barcelona, paraíso de la tapa... de pago

Unos días en la Ciudad Condal nos sirven para probar platos de su cocina tradicional, atisbar diferentes modelos de negocio y ver cómo funciona el pasaporte Covid en la hostelería

Viernes, 10 de diciembre 2021, 00:34

Vengo de Barcelona empachado de tapas. ¡Quién me lo iba a decir! Ahora entiendo que Ferran Adrià no entendiera nada al respecto a su paso ... por Granada. Vaya por delante que, como turista, he estado en lugares populosos como la Rambla, el Barrio Gótico, la Sagrada Familia o el Parque Güell, con parada obligatoria en el mercado de La Boquería, donde el célebre Pinotxo estaba cerrado en los diferentes momentos en que tratamos de acceder a su popular barra, dicho sea de paso.

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No hay palabra que se repita más en los rótulos, carteles y leyendas de los bares y restaurantes de la Barcelona turística. Tapas. Un viajero andarín sin grandes ínfulas gastronómicas podría pasar un mes a base de bravas, croquetas y ensaladillas rusas sin repetir local. Tapas. O cazuelitas. Lo mismo da. Todas de pago. 5 euros de promedio y tamaño variable. Para sacarle rendimiento hasta a las aceitunas o a las almendras con que pasar la cerveza o el vermú; las fríen, las asan, las tuestan... lo que sea con tal de justificar los 3 euros que cobrarán por un platito servido con muy buen gusto, eso sí. Lo mismo que el pan tumaca, un plato en sí mismo... aunque no lleve jamón. Así las cosas, un par de cervezas con su tapa salen por 12/15 euros. Y es que la Barcelona turística es cara, no vamos a engañarnos.

Una ciudad que cobra sus tasas turísticas a las personas alojadas en los hoteles. Y no pasa nada. Cómo cobrarla a los usuarios de los apartamentos turísticos es harina de otro costal.

Barcelona, donde todo el mundo presenta el pasaporte Covid en cafeterías, bares y restaurantes sin problema alguno. Antes de sentarte a la mesa, te preguntan si lo tienes. Y una vez en tu sitio, a la vez que el camarero toma nota de la comanda, lo escanea convenientemente. Se tarda más en pedir el café cargado con leche fría de soja servido en taza que en pasar el control. Los antivacunas están que trinan, por supuesto. «No es una vacuna, es un experimento», gritaban un par de cientos de manifestantes por las Ramblas. La gente no les hacía el menor caso. Y yo, viejo conservador donde los haya, me sentía más tranquilo y relajado compartiendo espacio cerrado con personas vacunadas que por vacunar. Serán los efectos narcotizantes del 5G y el chip controlador.

Otra tendencia que se extiende: pedir en la barra, pagar la comanda y cargar con las bebidas hasta la mesa. Como se te olvide algo o quieras llenar, vuelta la burra al trigo. Un coñazo donde los haya, que uno va al bar a charlar, relajarse y estar a gusto; y no a quitarle a los camareros su trabajo. Bastante tenemos con ser repostadores de gasolina, cajeros y empleados de banca en nuestro día a día. Este modelo se impone en las muy extendidas panaderías-pastelerías cuquis con mesas y sillas para desayunar o merendar. Porque la tradición panadera y repostera de Barcelona es proverbial.

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Y con ello entramos con nuestra experiencia gastronómica en la Ciudad Condal... en las ocasiones en que tuvimos tiempo para sentarnos largo y tendido porque hay veces en que la ajetreada agenda del turista apenas le da un respiro para comer decentemente. Me quedo con un 'pollastre' de corral a la brasa, aunque la pechuga siempre se me termina haciendo bola y siento unas irrefrenables ganas de pedir alguna salsa con la que aderezar la carne. Me encantaron unas aceitunas emborrizadas de aperitivo –si hay que pagarlas, al menos que sean diferentes– y un ceviche de corvina. Una espaldita de cordero en salsa y un par de entrecots. Pero, sobre todo, quiero destacar dos platos de la cocina tradicional catalana. El primero, la escalivada, hecha a base de verduras asadas como berenjena, pimiento, tomate y cebolla. El origen del nombre –y del sabor– del plato viene del catalán 'escalivar', asar al rescoldo; de ahí el potente sabor ahumado de una receta tan sencilla como portentosa.

Y las manitas de cerdo, peus de porc, también conocidas como manos de ministro. Un plato gelatinoso y sabroso que terminé rechupeteando ayudado por mis propias manos. Aquello acabó convertido en una auténtica performance gastronómica en la que no se sabía dónde estaba el más 'porc' de la función, si cocinado sobre el plato o sentado a la mesa. Con perdón.

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