¿A qué bares extintos de Granada le gustaría volver?
Un capítulo de la serie 'Pluribus' y una noche de fiebre me hicieron viajar en el tiempo y volver al Ríos de Sócrates, a los callos del Páramos y a unos vinos maridados con ópera
Igual que la protagonista de 'Rebeca' soñaba que había vuelto a Manderley en la famosa novela gótica de Daphne du Maurier, la otra noche soñé ... que me encontraba de nuevo en el Bar Ríos. Pero no en el de Palacio de Deportes, que también lo mola todo, sino en el original y primigenio de la calle Sócrates. Estaba con mis amigos Jorge y Curro y nos aprestábamos a darle la vuelta a la carta de tapas. Era la época en que las cañas tenían un tamaño y un precio asumibles y te podías tomar diez o doce del tirón. Salías 'doblao' del bar, claro, pero que te quitaran lo 'bailao'. Y lo 'bebío', lo 'comío' y lo bien 'servío'. Siempre empezábamos por la tapa de morcilla, insuperable. Seguíamos por la hamburguesilla, la panceta, el huevo de codorniz, el lomo, el pinchito y, a partir de ahí, tortilla, salchicha, longaniza… Y si se terciaba, volvíamos a empezar. Que se terciaba, a veces.
Este sueño estuvo inducido por la fiebre que me aquejaba y por el visionado de un episodio de la serie 'Pluribus', que me tiene el seso sorbido. No, no es gastronómica, aunque la comida desempeña un importante papel en la trama. El caso es que en el penúltimo capítulo, la protagonista regresaba a un antiguo Diner que había cerrado años ha y fue trascendental en su vida, pero que volvía a abrir, tal y como era, exclusivamente para ella. El flujo de recuerdos se desencadenó y empecé a repasar garitos que fueron importantes en mi vida y que ya están cerrados.
Además del Ríos, al que podemos volver dado que su local del Zaidín mantiene tanto el espíritu como las tapas del original –de hecho, este año empecé a celebrar allí mi 55 cumpleaños, tumbando cinco quintillos de Alhambra Especial–; se me hicieron muy presentes los callos del Páramos. ¿Es posible o será un recuerdo implantado? A ver, mente colmena de la Granada gastro-callejera del siglo pasado: ¿podemos confirmar que en el Páramos ponían unos callos superlativos? Y después al Blus, a escuchar buena música y tratar de emular a Paul Newman en 'El buscavidas'.
¿Y qué me dicen de aquel local, tan sofisticado él y su dueño, aledaño a la Plaza Gran Capitán, en el que siempre había ópera en el hilo musical y a donde íbamos a hacer nuestros primeros pinitos con el vino? Obviamente tenía un nombre italiano, pero ya no me acuerdo. Le llamábamos el 'Tutto', por el disco de Pavarotti, y a volar. O ese otro garito de Pedro Antonio donde ponían una 'tapa de la casa' muy gratinada y cremosa que nunca supimos de qué estaba hecha, pero que nos flipaba.
Por volver a las conexiones entre bares, televisión y cine: hace unos años, en un evento, me presentaron a un tipo que había sido jugador del Granada C.F. Era alto y delgado, tenía melena, ahora canosa, y ya le conocía de antes, pero no del fútbol. Le conocía por ser el dueño del bar de cerca de la casa de nuestros padres al que mi hermano y yo íbamos a jugar a las máquinas. A las recreativas. Una era de carreras de motos. Otra estaba dedicada a los juegos olímpicos y al atletismo. Pero en la que estábamos más viciados era en la basada en 'Indiana Jones y el templo maldito'. Había que liberar de sus jaulas a los niños cautivos descendiendo vertiginosamente en una vagoneta y luchar contra el mismísimo Mola Ram, que te lanzaba bolas de fuego.
Igual que somos los libros que hemos leído, los discos que hemos escuchado y las películas y series que hemos visto; también somos los bares que hemos frecuentado: además de formar parte de nuestra vida, han contribuido a hacernos tal y como somos. Tener un recuerdo para ellos es honrar su memoria. Seguir frecuentando los que ahora son nuestros bares de cabecera es continuar formándonos como personas y como ciudadanos. Porque la verdad está ahí dentro. ¡Salud, feliz entrada de año y nos vemos en los bares!
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