Bodegas Castañeda, uno de esos garitos sin los que mi vida sería peor, más fea e incompensible. j. l.

Sin bares, la vida no tendría sentido

Gastrobitácora ·

Pienso en mi vida sin ellos y me da bajonazo total. De ahí que celebre la apertura de un bar en la localidad de Marchal como una de las noticias del año, un triunfo de la civilización

Jesús Lens

Granada

Viernes, 22 de diciembre 2023, 00:56

El sábado pasado estábamos por el centro. Habíamos ido a ver un partido escolar de volley y, tras hacer alguna pequeña compra, se planteó la famosa cuestión: ¿echamos una caña antes de comer? Porque tocaba comer en casa, que llevamos una racha de callejeo y ... despendole que ya está bien.

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Pero no pudo ser. Había demasiada gente en todos sitios y como íbamos en plan 'una y nos vamos', no merecía la pena abrirse paso a codazos o quedarse en tercera línea de playa, digo de barra. Mientras volvíamos al Zaidín, con un ojo miraba a los semáforos, pero con el otro no dejaba de rastrear un sitio donde entrar a remojar el gaznate. Hasta que en un momento dado me sentí mal. Como si fuera un adicto en pleno síndrome de abstinencia. Y lo dejé correr.

Al llegar a casa podría haberme abierto una cerveza. O preparado un vermú. Podríamos haber descorchado un blanco, un tinto y hasta un espumoso que lleva semanas en el frigorífico. Pero no era eso. No se trataba de beber. Se trataba de tomar algo… en el bar.

Se lo he contado en mil y una ocasiones, pero de vez en cuando siento la necesidad de repetirlo: los bares tienen una magia especial. Y las cafeterías, restaurantes y otros garitos por el estilo. Forman parte de nuestra vida de una forma que resulta difícil de explicar. En ellos nos conocemos y reconocemos. Nos descubrimos, enamoramos y desenamoramos. Discutimos y nos reconciliamos. Nos educamos y aprendemos. Nos construimos, deconstruimos y volvemos a construir. Nos desnudamos y nos blindamos.

No hay conversaciones como las que se tienen al abrigo de un café caliente o al calor de una cerveza helada. Y están ellas y ellos, las camareras y los camareros. Sus buenos días, tardes y noches. Sus sonrisas, bromas y chascarrillos. Su preguntas. O su callar. Su simpatía, su discreción y hasta su malafollá. Incluso la lectura del periódico es distinta en el bar, como si las malas noticias fueran menos malas, más digeribles.

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Pienso en mi vida sin bares y no sé lo que me entra por el cuerpo. Sería algo inconcebible, una tragedia de tintes shakespearianos. Antes renunciaría a mis visitas a las mismísimas librerías, así se lo digo. Por eso, cuando se habla de la España que se va quedando vacía, lo primero que pienso es en el bar. No hay mayor signo de soledad y abandono que un pueblo sin un bar donde tomar el primer café de la mañana. O la tostada. O la caña, el vino y el aperitivo. Donde comer un puchero caliente o un buen trozo de carne a las brasas. Donde compartir el carajillo y la partida, el suizo o el cruasán, donde juntarse con la excusa de ver el fútbol.

Un bar es un espacio de encuentro y socialización y, además, profundamente democrático. Luego están el mal beber, los recalcitrantes y otras zarandajas. Pero eso lo dejamos para otro día. Hoy toca felicitar a la vecindad de Marchal por haber recuperado el bar del pueblo. ¡Enhorabuena!

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