Entre las barras bravas y las terrazas literarias

Gastrobitácora ·

Comprometidos con esos bares y restaurantes que tanto nos necesitan, que tanto necesitamos

Viernes, 30 de octubre 2020, 01:32

Echo de menos, mucho, aquellos tiempos en que, solo o en compañía de otros, entraba en un bar, me hacía hueco en su barra y, dependiendo de la hora y del momento, pedía café, agua con gas, cerveza o vino. Para mí, era uno de los placeres sencillos de la vida que más y mejor me reconfortaban.

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Lo de ser barras bravas es una broma que acuñé con mi Cuate Pepe dado que, siempre que estábamos 'embarrados' en algún garito y veíamos que en la carta había patatas bravas, las pedíamos ipso facto. En algunos casos, la elección era memorable. En otros, un fiasco. Porque el arte de la patata brava es complejo y va mucho más allá de añadirle picante a una salsa de tomate para empapuzar unas patatas fritas de cualquier manera.

En los bares siempre he sido persona más de barras que de mesas o de terrazas. En las barras es donde está la acción. Allí pasa todo. Desde la barra contemplas el ímprobo trabajo de los camareros y, cuando tienen un respiro, puedes pegar la hebra con ellos, que es la mejor manera de tomarle la temperatura al ambiente social y político del momento. En las barras surgen conversaciones espontáneas y discusiones más o menos acaloradas sobre los temas más diferentes. Es el mejor lugar donde pegar la oreja para saber qué se dice, qué se cuenta. Y cómo, que también es importante. La barra es, en fin, el equivalente al puente de mando de un barco, donde se corta el bacalao. No hay mejor lugar para enterarte de lo que pasa por la calle.

Cuando veo obras en algún local comercial de mi entorno, lo primero que me planteo es si será un nuevo establecimiento de hostelería. Que ya sé que hay muchos. Y en Granada, más. Pero me gusta fantasear con su hipotética barra, sus taburetes, su decoración, la música que sonará y, por supuesto, con su propuesta gastronómica. Porque con los bares y restaurantes, como con las librerías, hay que ser generosos y promiscuos. Hay que tratar de frecuentarlos cuanto –y cuantos– más, mejor. Luego resulta que abre una colchonería o una oficina de seguros, pero durante un tiempo, la ilusión de un nuevo bar favorito prende con ganas y con fuerza.

Llevo desde marzo sin ocupar una barra. Ni siquiera cuando se dio por derrotado al virus me animé a acercarme a ellas. Demasiado respeto por el bicho. Terrazas, terrazas; siempre terrazas, en la medida de lo posible. Y miren que nunca he sido particularmente terracero… ventajas de no ser fumador. Sí hemos convertido las terrazas de algunos bares en el lugar de encuentro y conversación para nuestro club de lectura y cine de Granada Noir. Seguro que hay espacios más tranquilos y sosegados, pero nos gusta hablar de libros y películas mientras nos tomamos unas cañas y unas tapas, aunque en ocasiones haya que forzar la voz. La última reunión fue en Las Titas, por ejemplo, para hablar de la novela más reciente de Lorenzo Silva. También hemos pasado por el 4U Hostel, La Cueva o la cafetería del Centro Cultural CajaGranada. Ahora, por desgracia y dadas las limitaciones, toca volver al Zoom y a las pantallas.

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Con las nuevas medidas sanitarias, las barras vuelven a estar proscritas y reducido al 50% el aforo interior de bares y restaurantes. Es razonable, justo y necesario; dado el nuevo descontrol de la pandemia. Pero nuestros bares y restaurantes sufren y padecen. En las actuales circunstancias, con el toque de queda y el cierre perimetral de Granada y área metropolitana, apenas cubren gastos. Y después de los esfuerzos realizados en la primavera, un nuevo confinamiento domiciliario sería letal para un gran número de ellos.

Estos días en los que Granada pasa por momentos muy complicados, hagamos lo posible por cuidar nuestra salud, pero sin olvidarnos de la salud de nuestros bares y restaurantes de cabecera. Es complicado, efectivamente. Pero si queremos volver a ser barras bravas en un futuro no muy lejano, además de velar por nosotros, tenemos que velar por ellos.

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