Café y tostadas en las terrazas, uno de esos placeres sencillos de la vida que no tardarán en volver.

El camarero en los tiempos del Covid

Gastrobitácora ·

Además de servir y recoger las mesas, conducirse como sanitarios y ejercer de psicólogos, también les ha tocado ser policías antes del cierre

Viernes, 13 de noviembre 2020, 01:27

Allá por junio, Gregorio me preguntó que cómo lo veía. Al panorama, se refería, y de cara a los siguientes meses. El Gregorio fue uno de los primeros bares que abrió en el Zaidín cuando las fases de la desescalada lo permitieron. Como la cafetería-churrería Laredo. Son locales sencillos con terraza que, desde el primer momento, entendieron en qué consistía la nueva normalidad, un término que se ha demostrado equívoco y a la postre fallido.

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Las mesas del Laredo, por ejemplo, son de madera. Y les han pasado tantos desinfectantes a lo largo de estos meses que parecen más baqueteadas que las raquetas de Nadal.

Durante el confinamiento le pillé el truco al arte de hacer tostadas, que no es cuestión baladí. Me gustaba darle el punto exacto al pan, chorrearle el aceite y añadir primorosamente las lonchas de jamón serrano. Se había convertido en uno de esos placenteros ritos mañaneros que me permitían organizar los pensamientos a la vez que la jornada. La tostada y el café contribuyeron enormemente a que no se me fuera la pinza.

Sin embargo, en cuanto abrieron el Laredo y el Gregorio lo dejé. Siempre he sido de desayunar en la calle pero, sobre todo, tras meses cerrados, había que echar una mano desde el primer minuto a esos bares, restaurantes y cafeterías que forman parte de nuestra educación sentimental.

Hablando con Gregorio, aquel lejano junio, le decía que todos los científicos pronosticaban un otoño y un invierno muy complicados, con independencia de lo que dijeran los políticos. Y me permití darle un consejo: prudencia y previsión.

Gregorio, como la familia del Laredo, se pasó todo el verano currando. Este año, nada de vacaciones. Julio, agosto y septiembre poniendo cafés, chocolates, churros, tostadas, cañas, aperitivos y raciones. Insisto: lo han hecho mejor que bien, obligando a la gente más ansiosa a esperar a que mesas y sillas estuvieran desinfectadas antes de sentarse, prohibiendo (de verdad) fumar en la terraza o instando a la gente a ponerse la mascarilla mientras no consumían. Como decía en estas mismas páginas uno de los camareros de Chikito, se veían obligados a ejercer de policías.

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El pasado lunes, último día antes del cierre, hice un desayuno en dos vuelcos. Café y media de serrano en Laredo y segundo café con media mixta en Gregorio. Sonrisas de resignación, buenas caras a pesar de todo y palabras de ánimo y coraje. La procesión iba por dentro, sin duda.

Siempre he reivindicado el concepto de profesionalidad. Ser un buen profesional es digno de encomio y admiración. Los buenos profesionales hacen siempre lo que tienen que hacer. Sin alardes. Sin postureo. Sin darse importancia. Sin quejarse. En el caso de los camareros en los tiempos del Covid, ser buenos profesionales implica protegerse a sí mismos para protegernos a los demás. Obliga a ser inflexibles con los no cumplidores. Supone pasarse al pie del cañón todo el verano, sudando la gota gorda, como la hormiga de la fábula de Esopo. Y todo ello para ver cómo les vuelven a cerrar el negocio, con independencia de lo bien que lo han estado haciendo.

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El sector de la hostelería espera que, con la orden de cierre, lleguen las ayudas y las compensaciones. Es justo y necesario. Sobre todo, en el caso de profesionales como la copa de un pino que, a la chita callando, además de cuidarse y cuidarnos, se han dejado los hígados, la piel y los riñones a lo largo de estos meses, sin tomarse ni un respiro.

Ya he vuelto a mis tostadas de pan de Alfacar con aceite de oliva virgen extra, sabroso jamón serrano y, también, con miel. Me salen churruscantes y crujientes, justo como a mí me gustan. Sin embargo, ya cuento los días para que, en un par de semanas, volvamos a vernos las caras en los bares con esos grandes profesionales. Ojalá. Será la mejor de las señales. ¡Salud, ánimo y coraje!

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