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Con estas temperaturas al alza conviene comer bien cuando se beben buenos vinos, que uno se anima, pide que le rellenen la copa con generosidad y corre el riesgo de terminar con una 'jumera' de campeonato.
Era viernes y nos pasamos por Vinalium. Mi primera ... vez. Había una cata para poquita gente, un máximo de 10 personas, bien maridada con platos preparados para la ocasión. La primera impresión: ¡qué maravillosa oferta de vinos para llevarse a casa y disfrutar! Los hay de todos los precios y colores, de mil y una denominaciones de origen, españoles y de fuera. Menuda tentación en cada balda del establecimiento…
La cata se abrió con un fino de Montilla-Moriles, Piedra Luenga, muy fresco, además de frío. Acompañó una gran pipirrana igualmente refrescante, lo que siempre es muy de agradecer. Ya se lo he dicho, pero tras aquellas visitas a Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María y a sus bodegas, me he hecho un apasionado y furibundo fan de finos y manzanillas, que los vinos generosos son una auténtica gozada.
Seguimos con La Garganta del Capitán, un albariño que embotellan para Vinalium tras una selectiva búsqueda y cata de los mejores vinos de Rías Baixas. Acompañado de unas anchoas y queso manchego muy curado, entraba de maravilla. Ya en el terreno de los tintos, el Capuchina vieja se hace con petit verdot y se acompañó de otro clásico de la gastronomía de taberna: las sabrosas carrilleras al Pedro Ximénez de toda la vida que, en este caso, venían con pan bao.
Y para rematar, un cremoso postre de chocolate blanco y un Cava Eruendi, un Brut Nature Gran Reserva de 2017 que afortunadamente obvió al más previsible oloroso con que suelen terminar las catas maridadas para dejar un regusto dulce a la velada. Buenos vinos, buenos platos y buena compañía en estas catas tranquilas y sosegadas de Vinalium, muy disfrutonas, en las que aprendes, pruebas vinos diferentes, cenas bien y sales más feliz de lo que entraste, lo que no es chica cosa.
Y huyendo de la flama y la calor, aprovechamos el sábado para bajar a la playa. El agua del mar estaba helada, por decirlo lisa y llanamente, así que hubo que refrescarse por dentro. Uno de los chiringuitos clásicos de la Costa Tropical, el Bahía de Salobreña, nos acogió gratamente y pudimos disfrutar de una nueva andanada de sardinas espetadas, esas que, como el conocimiento, no ocupan lugar.
Pocos placeres tan sencillos y a la vez reconfortantes que el de una cerveza muy fría y un espeto recién salido de las brasas. Si la vida son momentos, en concreto, momentos como ese valen su peso en oro, infinitamente más que lo que cuestan.
Acompañamos con una ensalada de la casa en la que el mango tenía protagonismo especial dado que se combina de tres maneras: fruta, vinagreta y helado, además de llevar su mezclum de lechugas, queso de cabra, aguacate y fresas. Les confieso que comí la primera parte antes del pescado y me dejé otra mitad a modo de prepostre. Porque era grande, estaba buenísima y ese toque dulce combina igual a la entrada y a la salida.
Otro de mis clásicos: el pulpo. En este caso, pulpo picón con su patata, mahonesa, almendra garrapiñada, pistacho, vinagre, aceite, pan, comino, cayena, sal, pimiento rojo y ajo. Y como remate, un postre que volvía a tener al mango como protagonista, asado en este caso: Dulce Bohemia, con carbón azucarado y un caramelo hecho con vinagre de Módena, además de espuma de yogur, helado de vainilla y fresas. Para regímenes de adelgazamiento, yo no lo recomendaría. Para darse el gustazo… imprescindible.
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