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Si, como reza la sabiduría popular, somos lo que bebemos y comemos, yo debería ser un barril o un tonel. O, al menos, un tonelete. Porque no vean la de cerveza que bebo…
Hace unos años, cuando el mundo ya estaba loco, pero todavía no tan chiflado como ahora, hice un viaje a Siria y al Líbano. En un momento de aquel fascinante periplo, cerca de la frontera con Irak, nos detuvimos a orillas del Éufrates. Estaba nervioso y excitado. Por fin había llegado a una de mis mecas viajeras. Me retiré del grupo y con aspecto serio y circunspecto, de respeto total y admiración sin límites, agradecí a los sumerios, de corazón, su maravilloso descubrimiento, miles y miles de años atrás: la cerveza.
Lo mismo me pasó durante un viaje a Irlanda. Entre mis objetivos prioritarios tenía marcado hacer parada The Brazen Head, el pub más antiguo de Dublín, que data del año 1198. Más de 800 años ininterrumpidos sirviendo cerveza. Ni les cuento, el flipe. Pedí una pinta, me acodé en la barra y con cada trago sentía el fluir de siglos y siglos de historia.
Sí, lo confieso. Me encanta la cerveza y todo lo que la rodea. Adoro el concepto de salir de cañas y he aprendido tanto o más en los bares, con una cerveza en la mano, que en las clases y aulas. Quintos, tercios, jarras, tubos, minis, zuritos, cachis, medias, pintas… Me adapto a cualquier medida y soporte cervecero, incluidos los cuernos vikingos, y allá donde voy pido las especialidades locales. De hecho, junto a 'hola', 'adiós' y 'gracias'; 'cerveza' es de las primeras palabras que aprendo en cualquier idioma. En mis cuadernos de viaje, las etiquetas de cerveza forman parte esencial de la decoración y atesoro libros y cómics con la cerveza como protagonista.
Y es que no hay mayor satisfacción que, cuando hace calor y tienes sed, darle un trago largo a una cerveza bien fría. ¡Esas lagrimillas que se te escapan! No por casualidad, el gran Philippe Delerm tituló 'El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida' a su brillante y divertido ensayo sobre cómo conseguir una existencia felizmente sencilla.
En Granada tenemos la inmensa suerte de contar con una de las mejores cervezas del mundo: la Alhambra. Nuestra cerveza, pues así la sentimos una gran mayoría de granadinos, como algo propio; es apreciada en toda España y, cuando viajo por nuestra geografía, siempre es motivo de orgullo encontrar bares que, además de dispensarla, lucen su imagen y presumen de ella.
Celebremos como se merece, pues, el Día Internacional de la Cerveza. ¡Salud y birra!
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