Cine, literatura y gastronomía. A vuelta de verano hablaremos largo y tendido sobre la relación entre las tres disciplinas artísticas: bares, cafés y restaurantes que ... dan bien en pantalla, menús de película, novelas que se desarrollan entre peroles, los cócteles más famosos de la historia… Pero hoy quiero hablar de algo quizá más prosaico, pero necesario, esencial y fundamental: las cañas de después del cine o el club de lectura.
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Es el equivalente literario–cinéfilo al tercer tiempo de los jugadores de rugby, extensible a cualquier práctica deportiva entre colegas: al terminar el entrenamiento o el partido de turno con la peña y después de una ducha reconfortante –o no, que esto último no es requisito sine qua non– toca irse a un bar de confianza y, con la excusa de hidratarse y recuperar líquidos, disfrutar de una buena charla al calor de una cerveza bien fría. O varias.
Lo mismo nos pasa, salvando las distancias, al terminar nuestras sesiones del club de lectura de Granada Noir: hablamos tanto y durante tanto tiempo en la librería Picasso que, al salir, tenemos que darle cariño a la garganta. Nuestro destino habitual: El Bar de Eric. Dentro y al fondo a la derecha, como marca el protocolo. Eric adapta las mesas como si jugara al tetris, dependiendo de cuántos vamos, y en un chispo tenemos los tercios de Alhambra circulando junto a las sabrosas tapas que preparan en el garito con más ritmo de la provincia.
Y como seguimos hablando de libros sin parar, un claro homenaje a Paul Auster y su 'Blue in the face', hay que llenar. Luego caen las roscas, claro. No nos complicamos mucho. La cosa es beber bien y comer sencillo para poder seguir hablando hasta reventar en un garito que rezuma creatividad por los cuatro costados. Que El Bar de Eric no atesora un Solete Repsol por casualidad. «Especial atención merecen sus tapas y raciones de carpaccio de calabacín, la ensaladilla o sus hamburguesitas», señala la popular Guía.
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Al salir del cine
Te pasas dos horas más o menos largas a oscuras, embebido y concentrado en lo que pasa en la pantalla. Comienzan los títulos de crédito y suena la música, se encienden las luces de la sala y comienza el desfile. Le echas un ojo al móvil, no sea que haya comenzado el fin del mundo y a ti te haya pillado el cine. Sales y tus pasos, casi por inercia, se dirigen a tu bar favorito. Tus piernas saben que necesitas hablar de la película y que, para eso, nada mejor que la barra de un bar. O una mesa alta y sus taburetes. O la baja, si es tarde y te apetece cenar.
Alguna vez les he contado que, al salir del Madrigal, un cine clásico y a la vieja usanza que, como los galos de Asterix, resiste en el corazón de Granada, me gusta ir a tabernas de extracción igualmente clásicas. Como Taberna Granados, por ejemplo, ya centenaria. Una manzanilla, unas gildas, las carrilleras o una ensalada de pimiento, cebolla y queso de cabra, por ejemplo, invitaron a entrar a saco en 'La casa', a desmenuzarla entre regañás y las cuñas de queso añejo que pusieron de tapa.
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Y luego están los centros comerciales, depositarios de las multisalas que nos quedan en Granada. En el Serrallo, el binomio película y hamburguesa en el Sancho Casual Burger no falla. O vamos antes de la película o vamos después. Pero ir, vamos. En mi caso, siempre elijo la hamburguesa del mes. Y tampoco falla. El equipo creativo de la casa siempre acierta con combinaciones de lo más sorprendente. Y como son efímeras… pues mejor aprovechar el salto, que para probar las clásicas, las de toda la vida, siempre estamos a tiempo.
Y en el Nevada, cuya apuesta por el cine en versión original subtitulada los sábados y los domingos por la mañana es muy de agradecer; para almorzar, el Padthaiwok y su propuesta de Street Food asiática a la española. Si estamos en invierno, cae una sopa, como la Tom Kha con leche de coco. Me gustan los noodles, los tallarines o, directamente, su curry rojo con arroz, pimiento rojo y verde, brócoli, calabacín, berenjena y albahaca. Pero soy bastante veleta y me dejo llevar por el impulso del momento.
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Y si vamos al cine en horario de seres humanos normales, la opción es el Enjoy, que tiene una carta tan desmesuradamente amplia que podrías pasarte medio año sin repetir plato. Estuvimos hace unos días, después de ver la segunda parte de 'Del revés', y optamos por clásicos como la ensaladilla rusa, las patatas bravas, una alcachofa con romescu y un divertido guacamole que te preparas tú mismo en la mesa, aderezándolo al gusto.
Te sirven en un mortero un gran aguacate, ya pelado, eso sí, y la sal, la lima, la cebolla, el cilantro y demás aditamentos para que te emplees a fondo con él, dependiendo de si lo quieres más cremoso o más 'enterito'. Los nachos vienen ya preparados. ¡Menos mal! Aquí me gusta pedir una sangría, después de la cerveza. Costumbres y rutinas.
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Y es que no hay como un buen bar para hablar largo y tendido después de una intensa reunión literaria o de disfrutar de una buena película. Ese tercer tiempo que tan bien sienta.
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