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Ana Vega Pérez de Arlucea
Jueves, 13 de junio 2024, 23:37
Los amigos están para descubrirte cosas nuevas y tú, para echarles una mano. A veces te piden sopitas literales o metafóricas y en el proceso descubres algo que hasta entonces se te había escapado y que, por qué no, bien merece un artículo como éste. ... Verán, hace un par de semanas la cocinera y excelsa plumilla gastronómica María Nicolau me escribió para ver si le podía confirmar una tesis que ella manejaba a título personal. La de que la cocina a la plancha se había popularizado en los tiempos del desarrollismo y el despiporre y que hasta entonces las familias españolas habían guisado con menos preocupación por las dietética saludables y más cuidado por los dineros.
Según su opinión, 100 gramos de carne o pescado pueden dar de comer perfectamente a cuatro personas si se estiran con caldo, verduras, legumbres o arroz y su poquitico de grasa, mientras que esa misma cantidad de proteína hecha sola a la plancha no da para que coma decentemente ni una sola persona. Ya saben ustedes, porque hemos hablado aquí de ello varias veces, que antiguamente la despensa de los hogares siempre se alargaba lo máximo posible y que los derroches carnívoros ocurrían de Pascuas a Ramos, así que la teoría de María tenía todo el sentido del mundo.
Tiré de biblioteca y disco duro y después de fisgonear en el asunto durante un par de horas le di alegremente la razón: en las páginas de los recetarios destinados a las amas de casa el cocinado a la plancha casi no aparece hasta los años 50, mientras que en los fogones profesionales comenzó a usarse a principios del siglo XX.
Documentación mediante, el tema planchero ha dado para que doña María haya escrito un simpatiquísimo 'Alegato contra el filete a la plancha' en su columna semanal para El País y también para que yo le dé hoy mi propia vuelta de tuerca, no desde el punto de vista culinario, social o nutricional sino desde el histórico. Que en el fondo está relacionado con todos los demás, pero ya me entienden.
Sumerjámonos pues en el mundo a la plancha, tan moderno que hasta 1985 el diccionario de la RAE no incluyó en su definición de 'plancha' la acepción de «placa de hierro, cobre, etc... que se usa para asar o tostar ciertos alimentos». De regalo añadieron la locución «a la plancha» para referirse a la «manera de preparar ciertos alimentos, asándolos o tostándolos sobre una placa caliente».
¿Acaso es que no se conoció ese modo de guisar hasta los 80? La ilustre academia iba con retraso, como casi siempre: la primera aparición de la expresión 'a la plancha' en la hemeroteca se remonta al año 1904, cuando la revista Nuevo Mundo publicó una receta para hacer «patatas a la bohemia» asadas de ese modo. Se trataba de la traducción de una fórmula extranjera, no solo por la extraña alusión a Bohemia sino porque con ese término, 'plancha', es como se tradujeron al castellano los términos en inglés 'griddle' y 'grill' o más bien 'flattop grill', un instrumento de cocina que consiste en una gran plancha lisa de metal que se calienta hasta alcanzar gran temperatura. Es el mismo dispositivo que siguen usando actualmente los bares para hacer desde hamburguesas hasta las tostadas del desayuno.
Cuando existían las cocinas económicas de carbón su placa superior era más o menos equivalente a un 'grill', pero la llegada de los fogones modernos (ya fueran de gas, eléctricos, vitrocerámicos o de inducción) acabó con esa posibilidad en el ámbito doméstico. Por eso nació a principios de los años 60 la plancha asadora, un remedo a medio camino entre una sartén y una parrilla que triunfó de manera espectacular gracias a diferentes circunstancias.
La RAE aún no ha recogido la palabra 'carmela', pero todos sabemos a qué se refiere: un utensilio de cocina fabricado en metal esmaltado y con estrías resaltadas. Aunque se popularizó a partir de 1965 con el nombre de asadora carmela, la empresa de muebles y aparatos metálicos Industrias Cambra llevaba ya varios años fabricándola en Valencia bajo la denominación de asadora doméstica Carmen. «Diseñadas científicamente para aprovechar al máximo el foco calorífico», decía su publicidad.
Por hache o por be este invento no arrasó hasta que no adoptó el nombre más castizo de 'carmela' y no tuvo en cuenta una creciente preocupación de las españolas. En 1965 sus anuncios comenzaron a incluir premisas como «conserve todas las vitaminas de los alimentos» y «elimine las grasas evitando la obesidad y el exceso de colesterol nocivo al organismo».
Industrias Cambra supo subirse a la incipiente ola de lo saludable aprovechando que los hogares españoles comenzaban a la vez a mostrar músculo económico: había más presupuesto para la compra y algunos productos hasta entonces prohibitivos, como el pollo o el marisco, se abarataban a pasos agigantados.
La plancha y sus delicias, que durante medio siglo habían sido algo exclusivo de restaurantes y hoteles o se habían limitado a las mesas de los ciudadanos privilegiados (vean si no los muchos menús oficiales de Franco que ya en 1939, en la posguerra, incluían ternera a la plancha) por fin estaban al alcance de todos. La próxima semana les contaré más.
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