Comer como los guiris en Granada... haciéndolo bien
Parte de hacer turismo en tu propia ciudad es comer en establecimientos situados en enclaves turísticos y/o con vistas. Con buen ojo, te llevas sorpresas de lo más agradables
El pasado sábado, aprovechando que hacía fresco, decidimos hacer turismo en nuestra propia ciudad, subiendo a la Alhambra. El objetivo principal era ver la exposición de Rusiñol, pero no hace falta excusa alguna para coger la cuesta Gomérez y tirar para arriba por el bosque. Antes, eso sí, un desayuno tranquilo y moroso en la terraza de Flamboyant, donde tan a gusto se está, para coger fuerzas.
En esa subida me gusta cumplimentar a Washington Irving y pararme a solazarme –y a coger resuello– con el luminoso juego de los rayos de sol entre las hojas de los árboles. Y del agua de fuentes como la del Tomate.
Tras disfrutar de los exuberantes cuadros con los parques y jardines de Rusiñol nos asomamos al Baño –al monumental o de la Mezquita, quiero decir, en plena Calle Real, que tampoco hay por qué contar hasta el último detalle de la intimidad turístico-cultural– donde hay una sala dedicada al músico Ángel Barrios. Caí en la cuenta de que por ahí estaba la Taberna del Polinario a la que el equipo de la Escuela de hostelería Hurtado de Mendoza dedicó este año un maravilloso menú ilustrado. ¡Y la Cueva de la Mala Muerte de la que nos habla Alfonso Salazar en su inaudita y sorprendente novela 'El crimen de la alberca'! Y es que, como dice uno de los personajes, «las tabernas son innumerables y pozos de sabiduría y perdición».
Teníamos sed. Y mucho mejor que una máquina de vending es un patio fresco con dos fuentes bajo un parral. Sí, sí. Allí mismo, en la Calle Real de la Alhambra. ¿Sabe a qué garito me refiero? Le confieso que, hasta el sábado, yo tampoco habría cruzado las puertas del coqueto Hotel América. ¡Y qué joya, oiga! Si le gustan los espacios barrocos y abigarrados, si usted también le teme al horror vacui y le encanta dejar que la vista se pierda entre azulejería, plantas, objetos decorativos de cobre, cerámica, ventanas enrejadas, etc.; asómese a ese patio, siéntese a una de sus hermosas mesas y disfrute. Se está mejor que bien.
Yo me pedí, ya que estábamos haciendo el guiri, una sangría, el cóctel español por antonomasia. Y qué quieren que les diga: cuando una sangría está bien hecha, no hay nada mejor. ¡Qué gusto más mayor! Lo bien que me lo paso, al acabar, tratando de pescar los 'peces' frutales y el contorsionismo que llego a hacer con la lengua… Se está tan a gusto en ese patio interior del Hotel América que dan ganas de coger una habitación y quedarse a vivir en la Alhambra un día completo, que todo se ve bien coqueto y cuidado.
Para bajar, tiramos por la Cuesta de los Chinos. Nuestro objetivo: el Paseo de los Tristes y Ruta del Azafrán. Llámenme conservador, cansino y aburrido, pero para mí no hay restaurante mejor en ese entorno y no me duele en prendas volver una y otra vez.
Estaba tranquilo el Paseo de los Tristes el sábado a mediodía. Demasiado. Vacío hasta el abandono. Menos mal que Javier Feixas y su equipo se mantienen allí a pie firme. Anímense a subir. Pillarán mesa con vistas a la Alhambra si quieren aire acondicionado. Y fuera, junto al Darro, al caer la noche, es un escándalo cómo se está bajo el monumento nazarí iluminado.
Empezamos con una ensaladilla rusa, a la que Javier le pone careta frita, muy fina y churruscante. Ya saben que soy un enamorado de ese plato y, a pesar de haberme tomado doce seguidas hace poco, en el Concurso de El Corte Inglés, siempre que puedo, la sigo pidiendo. ¡Ésta está de lujo! Y la gilda. Digamos que es LA gilda, pero de eso les hablo otro día.
Las dudas llegan a la hora de elegir el arroz. Porque arroz, en Ruta del Azafrán, es conveniente pedir. La última vez probamos dos, igualmente riquísimos: con pollo picantón a la moruna y el ibérico de carrillera ibérica. Esta vez nos fuimos por el de magret de pato con foie. ¡Y qué maravilla! Terminamos con la versión de las fresas con nata de Javier. Que a estas alturas de vida te sorprendan unas fresas con nata dice mucho del chef. Y qué portentoso el trato en sala. Nuevamente de 10.
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