Cómo podría ser comerse a un alienígena
Gastrobitácora ·
La estimulante lectura del libro de Peter Godfrey-Smith sobre los pulpos me lleva a mirarlos con unos nuevos ojosViernes, 18 de septiembre 2020, 00:24
Son lo más parecido a un alienígena que podamos imaginar. A los pulpos, jibias y calamares me refiero. Que no (solo) lo digo yo. Que lo sostiene Peter Godfrey–Smith, autor de un libro fascinante: 'Otras mentes', publicado por la editorial Taurus y subtitulado de forma tan atractiva como enigmática: 'El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia'.
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Digámoslo cuanto antes: si es verdad el célebre adagio 'de lo que se come se cría', comer cefalópodos debería hacernos más inteligentes. Más listos. Más chulos. Más bellos. Más artistas. He pasado las últimas 48 horas leyendo al borde del mar un ensayo de lo más atractivo y excitante y ahora mismo tengo ganas de, en primer lugar, ponerme las gafas de buceo y calzarme las aletas para ir en busca de pulpos en el fondo del mar y tratar de interactuar con ellos. E, inmediatamente después, de pasarme por El Farillo, El Conjuro o el Chambao de Paco, en Calahonda y pedir una buena ración de cefalópodos.
Reconozco que siempre que leo libros sobre animales me da miedo empatizar demasiado con ellos y que, después, me de aprensión hincarles el diente en un restaurante. Y les confieso que me estaba pasando con los cefalópodos: es tal el despliegue de amor que el australiano Godfrey–Smith les profesa en su libro, más allá de lo riguroso y sesudo de su estudio, que me estaba 'encariñando' demasiado con ellos.
Hasta que llegó el capítulo en que el autor desvela que, misteriosamente, la vida de los pulpos es muy corta. Apenas dos años. Y el momento en que describe la muerte de una jibia, que va adquiriendo un macilento color blanco... Triste. Muy triste. Me acordé de mi niñez, cuando en la playa de la Chucha aparecían sus esqueletos blancos en la orilla. Mi padre nos decía que eran barbas de ballena, para impresionarnos a mi hermano y a mí. Hace años que no veo ninguna.
Es extraño que los cefalópodos mueran tan pronto porque su evolución, el tamaño de su cerebro y esos tentáculos repletos de receptores neuronales; están orientados a hacerlos más duraderos. Pero no. Brillan con fuerza y se extinguen pronto. De ahí que estemos muy de acuerdo con el filósofo australiano en que nos recuerdan a los míticos Blade Runner.
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Los experimentos realizados, sobre todo con pulpos, los muestra como animales inteligentes, observadores, habilidosos, temerarios, juguetones y, en según qué casos, malignos, bromistas y vengativos. Sin olvidar la dimensión artística y pictórica de sus cuerpos, capaces de reproducir colores y pixelaciones a una velocidad vertiginosa.
Lean 'Otras mentes. El pulpo, el mar, y los orígenes profundos de la consciencia'. Aprenderán mucho sobre cefalópodos, evolución, el cerebro y nosotros mismos. Y los amarán más.
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