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Nos habían puesto un suspenso general. A los 40. Estábamos en EGB y no recuerdo a qué profesor del colegio de la Caja de Ahorros ... le habíamos tocado las narices por encima de nuestras posibilidades, pero había repartido 40 ceros como 40 soles. En clase de Lengua teníamos que escribir una redacción y, anticipándome –aunque sin saberlo– a la autoficción ahora tan en boga, me centré en aquel oscuro capítulo de nuestra formación. Pero me quedó demasiado serio y formal. Cecilia, mi querida y amada profesora, me animó a ponerle un poco de humor. Y escribí algo así: «El profesor X, cabreado, nos repartió 40 roscos de Loja para desayunar».
¿De dónde me vendría aquella inspiración? Que yo recuerde, en casa nunca comimos aquel manjar, que mi madre era muy mirada con los dulces. Habría estado en el cumpleaños de algún amigo y debí probarlo, dejándome una huella tan indeleble que aquí me tienen, cuarenta años después, recordando mi personal maridaje entre roscos de Loja y literatura.
Como nunca he sido de comerme roscos, en el sentido metafórico de la expresión, siempre que se me ha puesto a tiro uno de Loja, no he dudado. Me pasó el lunes, en la gala de Maestros Culinarios, que los vi sobre las mesas, para el postre, y me puse hasta nervioso. Dos me traje para casa, aprovechando que Bonachera los empaqueta individualmente con cuidado, mimo y cariño. Y no eché en la mochila una caja de las grandes porque no había bebido demasiada cerveza, que si no…
Me encanta el contraste del crujir de la capa de fuera del merengue seco con lo esponjoso de la crema pastelera de abajo. Y su sabor, claro, para nada empalagoso. Las veces que he ido a Loja, da igual dónde o qué haya comido, siempre busco un hueco para localizar una tienda donde vendan los auténticos y genuinos roscos de Loja y me llevo una caja o una bolsa rebosante. Y es que no hay nada como la repostería tradicional con historia y tradición.
Aunque existe constancia escrita de los roscos de Loja desde 1836, por sus ingredientes, su origen ha de ser necesariamente nazarí. Así las cosas, su herencia viene de antiguo, con siglos y siglos de antigüedad.
Me encantó, por cierto, que en el restaurante La Finca del hotel La Bobadilla, el único de Granada con estrella Michelin, el cocinero Fernando Arjona haga una versión del rosco de Loja en uno de sus postres. Detallazo que le da todo el sentido a la cocina de vanguardia y más rabiosamente contemporánea, conectándola con las raíces gastronómicas y culturales de la comarca.
Siempre gusta comerse un rosco, que a nadie le amarga un dulce. Los de Loja, además de un inmejorable sabor de boca, el único rastro que pueden dejar es un suave toque de merengue en los labios. ¡Delicioso!
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