Viernes, 20 de agosto 2021, 01:25
A la hora de elegir dónde quedar con Jorge Rodríguez Morata, músico y director de varios coros de Granada, optamos por Rollo, en las Pasiegas, frente a la Catedral.
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–¿Cómo combina la música espiritual que tanto le gusta con las cosas del comer?
–A las mil maravillas, desde las más evidentes, con el culto a Baco, a otras más disimuladas. Por ejemplo, el concierto de fin de curso del coro de la UGR lo arrancamos con el 'Bundeslied' de Beethoven, su famosa canción de la fraternidad, pura bonhomía, que no es sino una canción de taberna. Estábamos tan felices por volver a cantar que empezamos con una composición alegre y festiva que suele cerrar los conciertos.
–¿Algún otro tema destacable?
–¡Las siete formas de preparar las berenjenas que cantamos con Sirkedje! Al menos, creo que eran siete. (Risas). Se trata de una antigua canción sefardita, cuya música popular habla de enamoramientos, bodas, dotes y fiestas. Ahí entra la preparación de los alimentos. Como mediterráneos que somos, no se trata solo de comer, sino de reunirnos en torno a la comida.
Un ingrediente El orégano
Un sitio para celebrar La Fuensanta y sus vinos
Una tapa para abrir boca ¡Algo identificable! El arroz
Una cocina internacional Nórdica. Me encata el salmón
Dulce favorito El pestiño
–Además del componente religioso de los alimentos...
–Efectivamente. A lo largo de la historia, la comida se ha utilizado para segregar, como en el caso de los conversos. El uso de determinadas especias para enmascarar olores o la compra de un cordero podían ser sospechosos.
–¿Qué come un coro?
–Más que comer, bebe. (Risas). La comida importante es la de después del concierto, descargada la adrenalina. Queda la sensación de haber hecho algo bonito para ti y para los demás. Música, comida y bebida van de la mano.
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–¿Cómo el famoso tercer tiempo de los jugadores de rugby?
–Algo así. Aprovechamos para relativizar los fallos y celebrar los logros. Nos mezclamos y brindamos, ya relajados, con la gente que has conocido para ese proyecto concreto. También pueden ser el comienzo de algo nuevo. A los músicos se les conoce bien una vez terminado un concierto. Antes puede haber recelos, dudas y suspicacias, pero una vez finalizado, es un momento único.
–¿Bares y creatividad de la mano?
–Sin duda. DelLemon Rock, Soria, 4U Hostel o La Tertulia han salido trabajos excitantes como el de Piazzolla con el Coro de Cámara de Granada. O el Nido, que se lo ha llevado la pandemia, donde surgió y creció el 'Mater Lux', trabajando con Jesús Arias.
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–¿Cómo organiza las comidas de los coros cuando salen de viaje?
–Mis conciertos tienen una 'línea editorial' en la que influye lo musical, pero también lo humano, por lo que no dejo nada a la improvisación. Busco bares o restaurantes en edificios históricos o sitios sugerentes con productos de la tierra. Que aporten. Insisto en que no es solo comer y beber, sino disfrutar de un rato compartido con la gente. En Pampaneira no faltará el jamón este fin de semana. Estuvimos en Portugal con el proyecto de Magallanes y disfrutamos del bacalao. Y en Italia cantamos en un castillo a las afueras de Turín, de un descendiente de los Saboya, y tomamos una pasta soberbia con un carpaccio de ternera.
–¿Hay referencias gastronómicas en Magallanes?
–Muchas. Uno de los 18 supervivientes de la travesía fue el cronista Antonio Pigafetta, que describió a la patata como un tubérculo con sabor a castaña. En sus escritos aparecen piñas, mangos y frutas exóticas. En el concierto incluyo referencias a esos sabores, que me sirven para evocar lugares como Cebú, Mactán o Timor.
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–¿Qué tiene entre manos ahora?
–Con el Coro del Centro Artístico estoy preparando un proyecto en relación al monumento dedicado a Ganivet en la Alhambra, junto a la fuente del Tomate. ¡Y cerca está la del Pimiento! Todo nos devuelve a lo gastronómico. (Risas).
–¿Qué fue de su peña gastro?
–¡El Círculo de estudios gastronómicos de Granada! Como soy muy ceremonioso y me juntaba con cuatro amigos una vez al mes para hablar de comida, le dimos un formato oficial. En la Corrala de Santiago hacíamos una sesión teórica sobre un producto determinado y en Los Martinetes preparaban tapas específicas. Cinco años duró. Luego, como pasa con toda comida, se terminó. Pero no pasa nada. ¡Ya llegará la cena!
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–¿Es usted cocinitas?
–Me gusta cuidar los menús de mis hijos. Es parte del proceso educativo. El control de lo que se come es el control de la casa. Además, somos muy tribales y juntamos a la familia siempre que podemos.
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