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Pablo Amate
Jueves, 4 de julio 2024, 23:53
Así lo certifica este monumento, que honra al espetero. Oficio sufrido al aguantar el calor del fuego, además del que envía el astro rey. El clima desvaría. Hubo días de playa ajenos al calendario y los chiringuitos que abrieron se llenaron. Son una institución cibárica, ... digna de ser protegida como 'propiedad inmaterial de la humanidad'. No olvidemos cuando en las playas no existían socorristas, ni nosotros teníamos teléfonos móviles. Nuestros chiringuitos eran los 'vigilantes de playa'. Cualquier incidente o accidente que sucedía, el chiringuito era el punto de socorro. Con su botiquín doméstico, daban los primeros auxilios y avisos pertinentes, junto al alivio fisiológico.
Lo que eran unos chamizos, unas maderas y poco más que un chambao de temporada, con el paso del tiempo se fue mejorando y adecentando hasta llegar a los actuales niveles de calidad higiénica, salubridad en sus cocinas y manipulación–conservación de alimentos, dando tranquilidad y placer a los veraneantes que usaban sus precarias instalaciones hosteleras. Donde muy raramente hubo intoxicaciones alimentarias. El motivo es que no ponían sushi y todos los alimentos eran purificados por el fuego.
Hubo un tiempo, no lejano en el calendario, que comer espetos en las playas de Granada, era costumbre y tradición. Los marengos, cuando se recogía el copo del amanecer, sacaban las sardinas y boquerones para venderlos a los pocos chiringos que había en cada playa. Recuerdo el de la Rijana, Calahonda, El Ruso o La Herradura, entre otros 'rebalajes'. En alguna de esas calas o playas, el asar espetos a la lumbre, con restos de maderas y algas secas, era como un rito atávico y misterioso. Porque espetar es un arte, no secreto, pero singular y negado a la atrevida ignorancia humana. Unas cañas de azúcar, limpias de braojos y cortadas por la mitad. Para que sirva de tobera y cocine también en su interior a las sardinas o caballas, brecas, herreras, salmonetes, etc.
Nuestros entrañables vecinos, llamados con cariño 'boquerones', tienen como símbolo la estatuilla del cenachero, de la que me honro tener una 'de oro' (el color) al premiarme por una alta institución a las investigaciones sobre la alimentación marinera malagueña. Hace unos pocos años, un prócer político malagueño quiso acaparar el origen y exclusividad del espeto para Málaga. Craso error. El humano siempre utilizó alimentos de su entorno y el fuego cuando se descubrió. Querer acaparar la historia de la alimentación, es ignorancia descomunal. Aunque aquí (Costa Tropical) nadie discrepó. ¡Ole mi Granada!
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