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Viernes, 15 de noviembre 2024, 00:15
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Nos citamos con la periodista y escritora Victoria González Torralba en el restaurante mexicano El Nopal. Ha venido al festival Granada Noir a hablar de su novela 'Buenos tiempos', publicada por la editorial Siruela y ganadora del Premio Paco Camarasa 2023. Las horas pasan rápido entre el Hotel Saray y la Librería Picasso, pero hay tiempo para comer, como es preceptivo y natural.
–¿Bien El Nopal y las costillas de Qübba Gastrobar?
–Extraordinarios en cantidad y calidad. El 50% de una buena mesa depende de la compañía y he estado con gente que me hizo sentir como en casa.
–¿Es 'Buenos tiempos' una novela genuinamente negra?
–Combina el género negro y el de aventuras y podría añadirse que tiene una dosis de novela juvenil, porque la protagonista es muy joven y puede haber una identificación. También hay un porcentaje de novela iniciática, ya que el personaje principal vive acontecimientos que transforman su vida y determinan su destino.
–Los protagonistas salen a pescar y dan con algo horrible…
–Sí, una pierna descarnada que aún conserva en el pie un zapato de caucho. Puede sonar macabro, pero este episodio está basado en una noticia real que leí justo cuando empezaba a escribir la novela. En las costas de Canadá aparecieron piernas con estas características. Este fenómeno tiene una explicación que se cuenta en la novela… y da paso a otros misterios.
–¿Por qué les sitúas en una taberna de playa?
–Uno de los personajes principales, Juan Sil, está inspirado en el pirata John Silver de 'La isla del tesoro'. A un personaje así tenía que situarlo junto al mar y nada mejor que en una cantina frecuentada por pescadores. Como curiosidad: ponerle pata de palo me pareció excesivo, así que le calcé unos zuecos para que sus pasos sonaran de manera similar.
–¿Por qué, los años 70?
–En 'Buenos Tiempos' los personajes son tornasolados. Excepto Laura, de la que no desconfiamos, el resto es una incógnita que no se desvela hasta el final. Los años setenta también fueron una década de transición, entre el fin de la dictadura y la implantación de un nuevo modo de vida. Esa dualidad conjugaba bien con la doble cara de los personajes. La misma dualidad que busqué con el paisaje: en los pueblos costeros el ambiente cambia mucho de invierno a verano.
–¿Somos como nos comportamos en los bares?
–Algunas personas 'mejoran' cuando toman unas copas, se relajan y se predisponen a pasarlo bien, pero otras se embrutecen o se ponen muy pesadas. Yo creo que lo que más define a una persona, ya sea con una copa de más o de menos, son sus actos, no lo que dicen.
–¿Cómo ha cambiado la costa mediterránea?
–De los años 70, década en la que transcurre mi novela, hasta ahora, el cambio ha sido enorme. Al principio el turismo era minoritario y pocas familias podían permitirse el lujo de una segunda residencia. Eso cambió para bien y para mal. La masificación y una mala gestión urbanística destrozó muchos paisajes. Hoy creo que, aunque el mal está hecho, se está intentando recuperar zonas y existe una mayor concienciación de que hay que respetar el entorno.
–¿Y los chiringuitos? ¿Siguen siendo lo que eran?
–En absoluto. Se ha homogeneizado todo. Salvo contadas excepciones, se ha perdido el carácter y la autenticidad.
–¿Cómo ves Barcelona y la gentrificación, tú que vives allí?
–Fatal. Soy muy crítica con eso. Se acoge al turismo sin contemplaciones. Un turismo en la mayoría de los casos absurdo y zafio que echa a la gente de sus barrios, encarece la vivienda y convierte a las ciudades en parques temáticos sin personalidad. Creo que los ciudadanos de Barcelona, y me temo que en otras muchas capitales de España, hemos perdido el estatus de ciudadanos y nos hemos convertido en figurantes.
–¿Y su evolución gastronómica?
–Ahí pienso que vamos a mejor. Existen grandes cocineros y cada vez somos más conscientes del valor de la creación. Pero creo que nunca hay que subestimar a la cocina tradicional de toda la vida.
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