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Deliciosos detectives gastronómicosHe vuelto a las andadas. No me duele en prendas confesarlo. Vuelvo a pasar más tiempo fuera de casa que dentro. Les tendría que hablar ... de los poké bowls de Moana Poké. De las manzanillas de Taberna Granados. Y de las chacinas, la presa o el lomo de Puerta de La Alpujarra. Pero lo único que me sale es escribir de un libro maravilloso que me he bebido con la ligereza de un rosado y que me ha sabido a gazpacho en el tórrido verano y a potaje de invierno mientras nieva ahí afuera.
Hablo de 'Los misterios de la taberna Kamogawa', del escritor japonés Hisashi Kashiwai. Cuando vi que mezclaba lo gastronómico con lo detectivesco me abalancé sobre él sin mirar nada más. La clave está en un despacho de investigaciones gastronómicas anexo a la taberna que da título a la novela. De hecho, su dueño, Nagare, un antiguo policía retirado, y su hija Koishi llevan adelante ambos negocios de forma paralela.
Todo comienza con un misterioso anuncio en una popular revista gastronómica de Japón. ¿En qué consisten esas investigaciones gastronómicas? En encontrar platos del pasado que el cliente ansía recuperar. Un guiso materno. Unos sencillos espaguetis a la napolitana o un sushi de caballa. Platos con una significación especial que han quedado grabados en la memoria gustativa del cliente y que, con el paso de los años, no ha conseguido olvidar. Ni volver a probar. Platos compartidos con una persona concreta. O que supusieron un antes y un después en su vida.
'Los misterios de la taberna Kamagawa' contiene seis capítulos con una estructura idéntica. Un cliente entra en la taberna y antes de pasar a la agencia, prueba el Omakase de Nagare: una selección de platos del chef que muestra su propuesta gastronómica. En el despacho explica lo que recuerda del plato que desea recuperar: dónde y cuándo lo probó, qué ingredientes podía tener, sus aromas y colores. Koishi le preguntará por el restaurante y el entorno. Por el viaje hasta el lugar de la comida. Por la compañía. Cualquier detalle que sirva a Nagane, después, para elaborar exactamente el mismo plato que recuerda el cliente.
A las dos semanas, el cliente vuelve a la taberna y prueba el plato. ¿Lo habrá conseguido clavar Nagane? En caso afirmativo: ¿cómo lo ha hecho? Lo iremos sabiendo a través de una narración sencilla y elegante, morosa y muy, muy emocionante. Porque detrás de cada plato hay una historia y su ingrediente principal es el tiempo, la memoria. Platos sazonados «con el condimento de la nostalgia», como dice el protagonista, «aderezados con sus recuerdos». Platos con alma. Y es que el ingrediente principal de la taberna Kamogawa es la emoción del reencuentro con los sabores perdidos en nuestra memoria. ¿Quién no se ha vuelto a encontrar con su madre o su abuela al comer unas croquetas que le recordaban vagamente a las que ellas preparaban primorosamente? Proust ya nos enseñó que el simple bocado a una magdalena puede propiciar una interminable cascada de recuerdos y 'Los misterios de la taberna Kamogawa' nos hace disfrutar con la búsqueda de sabores perdidos.
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