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Viernes, 8 de noviembre 2024, 09:49
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El mango es una fruta tropical que está conociendo una fuerte expansión en la península. Hasta hace poco había que importar mangos, papayas, kiwis y otras frutas con reminiscencias exóticas y lejanas. De un tiempo a esta parte, sin embargo, se cultiva en zonas de Andalucía y Canarias. Y precisamente ahora, el mango está de temporada.
Se trata de una fruta originaria de Asia que los árabes llevaron a las costas de África a partir del siglo X. Europa supo de ellas más tarde, allá por el siglo XVI, gracias a las rutas comerciales abiertas en la época. Fue a partir de entonces que los españoles las introdujeron en sus colonias americanas, donde se adaptaron estupendamente a los climas tropicales.
El mango es bajo en grasas y rico en azúcares y fibra –algo que se percibe nada más hincarle el diente a su carnoso cuerpo– además de atesorar vitaminas C y, sobre todo, vitamina E, pues es una de las frutas que más la aportan a nuestro cuerpo. Como buena fruta entre el amarillo y el naranja, el mango es rico en betacarotenos, que se convierten en vitamina A y, por tanto, aportan antioxidantes contra el envejecimiento, aumentan las defensas, favorecen la digestión y contribuyen a la prevención de cánceres; además de cuidar la piel, que lucirá más brillante y dorada.
Así podemos alargar el saludable aspecto propio del final del verano y, los más jóvenes, combatir el siempre incómodo acné. Una sola pieza de mango aporta un 60% más de la dosis diaria recomendada de vitamina A, toda una despensa para nuestro organismo. Y no olvidemos el aporte de proteínas, para el incremento de la masa muscular.
Para calmar los nervios
Comer mango relaja. No es solo el exotismo de una fruta tropical que invita a bajar las pulsaciones y soñar con paisajes lejanos y las aventuras de Corto Maltés; es que atesora el triptófano necesario para producir serotonina, la conocida como 'hormona de la felicidad'. Entonces, con un mango de postre no hace falta comer chocolate para meterle un chute de buen rollo al cuerpo y contribuir a que se evaporen los malos humos y los peores humores. La serotonina combate la depresión, algo que, en estos tiempos, resulta muy de agradecer.
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