Viernes, 23 de diciembre 2022, 00:13
Si pudiera viajar en el tiempo para encontrarme con mi yo de hace veinte años y le dijera que un sábado cualquiera iba a pedir, ... voluntariamente y con alborozo, una crema de calabaza; se echaría las manos a la cabeza y pediría un exorcista para expulsar a la maligna presencia que se había adueñado de mi cuerpo.
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Pero fue justo así. Ocurrió el pasado sábado. Nos sentamos en la terraza del Gran Café Bib-Rambla, uno de mis clásicos de cabecera, y sin que nadie me apuntara con un arma, pedí de primero una sugerente y tentadora crema de calabaza. Porque me apetecía. Porque me daba la gana. Y las ganas.
Es la verdura del otoño por antonomasia, que noviembre se abre con las calabazas de sonrisas siniestras mirándonos desde los escaparates de las tiendas y los disfraces de la chavalada. De gran tamaño —las hay que llegan a pesar 600 kilos— y de cáscara muy resistente, son ideales para tallar en ellas esas figuras que pivotan entre el miedo y el cachondeo.
Para que la calabaza conserve todas sus propiedades, que son muchas, y aunque se puede cocinar de maneras muy distintas, conviene no cocerla más allá de los veinte minutos. Se trata de un producto muy bueno para cuidar el sistema digestivo y combatir sus enfermedades o incomodidades, además de prevenir problemas del riñón. Su color naranja le viene dado por los carotenoides y, como la zanahoria, es buena para la vista.
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Como la naturaleza es sabia, los productos de otoño tienden a proteger nuestro cuerpo frente a gripes y otras enfermedades que afectan al sistema inmunitario. La calabaza, en concreto, también tiene efectos antioxidantes y protege el corazón. Razones de peso para comerla.
'Te juzgué melón y me resultaste calabaza', reza un olvidado refrán que contrapone lo lujurioso del sabor del melón enfrentado a una carne más insípida. De ahí que, cuando te dan calabazas, la cosa no resulta muy prometedora que digamos. Sin embargo, un frío mediodía de diciembre, que te pongan una crema de la calabaza espesa, con sus picatostes, no tiene precio. Acompañada, eso sí, de un estupendo pollo al curry de segundo. Que no todo va a ser saludable y sostenible.
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De ahí que, en mi visita a otro clásico que nunca falla, el Asador de Castilla, pusiera toda la carne en el asador y tras un poco de jamón y queso, unas habas con huevos, unos boquerones excelentemente fritos y un gran revuelto de espárragos –todo ello para compartir, no se echen las manos a la cabeza– me entregara con pasión exacerbada a un excelente entrecot de ternera que me quitó el mal sabor de boca de la estocada que me pegaron hace unas semanas en un local de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que no olvidaré jamás. ¡Ay, los sablazos!
En las comidas de Navidad compartidas con diferentes personas, cada uno de su padre y de su madre, conviene asegurar el tiro y no errar para que nadie se vaya disgustado. Los experimentos, probaturas y descubrimientos; en petit comité y con gente de confianza. Que luego pasa lo que pasa.
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