Del 'doggy bags' a 'llevar a casa'
Dimes y diretes de los sabores ·
Si puede y quiere. Por este orden. No deje de pedir-comprar, sea para recoger o para que se lo lleven a su casa, a sus restoranes de confianza y gustoDimes y diretes de los sabores ·
Si puede y quiere. Por este orden. No deje de pedir-comprar, sea para recoger o para que se lo lleven a su casa, a sus restoranes de confianza y gustoHubo un tiempo en que daba vergüenza solicitar a un restaurante que llevase ciertos platos al domicilio particular. Era de mal tono que una familia con posibles no dispusiera de cocinera. O que la dueña de la casa no tuviese el servicio doméstico idóneo para ser capaces de realizar un convite en el propio hogar. Al establecimiento conocido en la ciudad se iba para ciertas celebraciones. De forma esporádica. Las conmemoraciones familiares se compartían en casa. Si los anfitriones disponían de una morada amplia, impensable era que la comunión de los hijos fuese fuera.
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Me atenazaba saber qué era eso. Al estar en tierras anglosajonas, resultaba allí normal referirse al 'doggy bags' en comidas entre amigos. Ya saben; la excusa para llevar su comida sobrante –o no– a casa. Cierto que en España, al final de las pitanzas en asadores del norte o castellanos, quienes tenían perros solicitaban huesos sobrantes de chuletones. Bien distinto a dejarse medio plato sin comer y pedir el 'doggy bags', comida para el perro. Por eso, como soy de la doctrina tomasiana del tocar para creer, lo hice nada menos que en Chicago. Junto al lago Michigan y la sede del 'Chicago Tribune'. Urgía saber cómo funcionaba 'eso'. Y me dispuse a requerirlo en mi siguiente comida.
Tenía un almuerzo previsto en un buen restaurante de la fabulosa capital de la arquitectura. Había ido a pronunciar una conferencia en el Instituto Cervantes, ubicado en las señeras Torres del Agua, gran rascacielos donde ver el lago oceánico, por su tamaño infinito. Por ello, excusé no comer más, reservándome para la jornada de trabajo que me esperaba por la tarde. A medio plato, hice una seña al camarero, indicando sutilmente que deseaba un 'doggy bags', como el que pide la especialidad de la casa. Sin perturbarse, el 'waiter' retiró mi plato de la mesa.
En unos minutos, discreto, me indicó al oído que tenía la bolsita colgada en el respaldo de mi silla, que, por casualidad, permitía engancharla. Cuando salí a la calle, investigué cómo estaba preparado el resto de mi condumio. En una fiambrera –qué antiguo– de plástico de un solo uso, perfecta. Allí estaba dignamente la comida, servilletas de papel y un par de cubiertos de plástico. Estaba claro que sabían que no tenía perro. Desde 2016 Francia obliga a los grandes restaurantes a poner a disposición de los clientes que lo deseen 'doggy bags' para llevar las sobras a casa.
A las pocas semanas del inicio de la cuarentena comenzó a funcionar el 'delivery' vía aplicaciones de entrega. Algunos bares y restaurantes empezaron con el formato 'take away' (para llevar) en su radio de cercanía. Ahora se publicó el decreto que habilita oficialmente esa práctica. 12 mayo 2020. Este cartelito comenzó a verse, al menos para mí, en zonas turísticas de Torremolinos, Fuengirola, en Marbella menos y en Estepona. Ya lo saben todos. Significa comida para llevar. Modalidad que permitía comprar para trasladar a casa o al campo, etc. En Granada, la primera modalidad que hubo fue el asador de pollos Bodegas Granadinas. Sus efluvios eran canto de sirena para los transeúntes. Venían riadas de personas de pueblos cercanos para comer en sus mesas, que las había. Los clientes que elegían llevarlo a su domicilio corrían mucho peligro. El caldito del asado se derramaba por la poca estanqueidad de los envases de la época. Y más de uno llegaba con los pantalones empapados con el caldo y el pollo 'sequito' en su cajeta.
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Estos establecimientos, de los que ya hay muchos, espero que sigan abiertos con sus medidas de seguridad. Bastantes, además de los pollos, guisan otros platos del día. Recetas tradicionales que le solucionan a muchas personas de toda índole el comer caliente. Me explico. Según una reveladora estadística, que no la hizo el CIS, un total de 4.732.400 personas vivían solas en España en el año 2018, según la Encuesta Continua de Hogares (ECH) correspondiente al pasado ejercicio. Muchas personas, no solo ancianos, cuyas edades oscilan entre los 30 y los 85 años para quienes estos platos preparados y de precio ajustado van muy bien.
Una persona sola, hombre o mujer, si desea un cocido, fabada, potaje, manitas de cerdo, etc., no tiene ganas de cocinar para él solo una ración. Ni tiempo, y muchas otras veces, ni ánimos. La soledad puede resultar muy dura. Sobre todo en las condiciones sociales impuestas por nuestra culpa. Sí, somos nosotros. Una persona sola no tiene que ser un ermitaño. Queda con las amistades, va de viaje, excursiones, comidas en diferentes lugares. Reuniones en los hogares del pensionista. Mil cosas más. Pero ahora no se puede. ¿Dónde sentarse? ¿Y con quién? Se estima que para 2035 serán 5,7 millones los hogares con una sola persona.
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Los primeros que iniciaron el hábito de llevar comida a domicilio fueron las pizzerías, hamburguesas, chinos y mexicanos. Conocí en el extranjero las zonas habilitadas en el propio trabajo con un microondas para recalentar los alimentos, dado que todos los días, por el tipo de comida o por economía, no se puede comer en restaurantes. Y ahora que están todos cerrados, consulten con sus preferidos guisanderos. Pregunten si mantienen la cocina abierta y el servicio disponible: recoger o llevar a casa. Así contribuirá a solapar la caída de ingresos que sufren nuestros queridos bares, restaurantes y hoteles.
A quien corresponda. Son muy oportunos. Tanto el Ayuntamiento como los encargados de haber negociado con quien corresponda, que esa puñalada trapera duele aún más en el momento en que pasaron los recibos. A un par de días de los temidos cierres, que no se pensaba que fuese total. No han dejado que las terrazas se mantengan. Y lo comprendo. El sábado di un paseo. Mesas de amigos, familiares y allegados. Según la hora, las había llenas, de amigos, niños y mascotas, todos sin mascarilla reían, comían y bebían, sin precaución ninguna. El lunes 9, con lágrimas, me decía un amigo hostelero: tengo 6 mesas, que se llenan de una a cuatro personas, con suerte. Y me llega la factura de tres mil y pico euros del Ayuntamiento. ¡Si estuvimos cerrados y no tengo restaurante... qué calamidad!
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