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Arroz negro de El Conjuro, en su punto justo. J. L.

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Gastrobitácora ·

Un encuentro virtual con Ronda que sirve para limar asperezas y el disfrute gastronómico de ir a El Conjuro

Jesús Lens

Granada

Viernes, 11 de septiembre 2020, 00:49

La semana pasada, al terminar de escribir mi entrega para esta gastrobitácora, me quedó un sabor agridulce. No hablaba bien de mi experiencia en el Centro de Interpretación del Vino de Ronda y había estado dudando si contarlo o no. Opté por hacerlo dado que el edificio en que se enclava es soberbio y, en pleno centro histórico de la famosa ciudad malagueña, resulta imán para viajeros y turistas. Pensé que sería interesante para el lector y, sobre todo, que podría servir como aviso para navegantes ahora que las catas son tan populares.

Les confieso que no me gusta escribir mal, de nada ni de nadie. Escribir mal despierta mucha más atención que hacerlo bien. Levanta polémicas y favorece la bronca. Suscita comentarios. Genera conversación. Pero no es la conversación que a mí más me gusta. Cuando me llegaron al móvil las notificaciones de comentarios de personas de Ronda, me temí lo peor.

Sin embargo, me encontré con comentarios ponderados, explicativos y muy respetuosos, tanto de un bodeguero de Ronda como del propio responsable del Centro de Interpretación del Vino. Tras un amplio y constructivo intercambio de mensajes, me ha quedado meridianamente claro que mi mala experiencia es atribuible a los problemas de dotación de personal que, por culpa de la Covid-19, le permiten funcionar nada más que a medio gas.

En cuanto la nueva normalidad se parezca algo más a la antigua, me comprometo a volver a Ronda para entregarme de lleno a las bondades de sus bodegas, viñedos y vinos y a conocer más y mejor el centro referido. La cortesía con la que han respondido a un artículo tan crítico y los argumentos ofrecidos son razones más que suficientes para confiar en su profesionalidad.

Estas semanas las estoy pasando en nuestra maravillosa Costa Tropical. Aprovecho para comer mucho pescado fresco a la plancha y, para darle gusto extra al cuerpo, me he dejado caer por El Conjuro de Calahonda, uno de los templos de la cocina granadina contemporánea.

Cuando repito en un restaurante, suelo pedir platos diferentes. Es la mejor manera de profundizar en su carta y en su cocina. A veces, hago excepciones. Por ejemplo, con los boquerones bien fritos de El Conjuro, un clásico que pediría una y mil veces sin cansarme. Además, disfrutamos de una vinagreta de la que ya hemos hablado en la apertura de este suplemento y de otro clásico de la casa: el arroz. En esta ocasión, un arroz negro con sepia absolutamente espectacular. El punto que le da el equipo de Antonio Lorenzo es superior. De postre, la torrija reinterpretada y un botón de chocolate que podríamos definir como pecaminoso.

Qué lujo son, tanto para Calahonda como para la Costa Tropical, los hermanos Lorenzo, cuya fama hace que los mejores gastronómadas de España se conjuren para visitarnos. Porque un buen restaurante con el atractivo y la capacidad de atraer a visitantes de fuera es una fuente de riqueza para todos.

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