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El mítico y filosófico tabernero de la película 'Irma la dulce'.

De errores, disculpas y justos homenajes

Gastrobitácora ·

Un error en una crónica gastronómica me lleva a reflexionar sobre la gente de la hostelería y su duro trabajo

Viernes, 9 de octubre 2020, 02:06

Hace unos días, en la crónica sobre el concurso Granada de Tapas Gastronómicas de Cervezas Alhambra, deslicé un error, escribiendo ex–cocinero para referirme a un cocinero jubilado.

Cuando me hicieron ver la metedura de pata, pedí mis más sinceras disculpas. Efectivamente, un cocinero no deja de serlo porque le llegue la hora del merecido descanso. Hay profesiones que, más que ejercerse, se profesan. Que imprimen carácter y que forman parte de uno por siempre jamás. La de cocinero es una de ellas.

Durante la pasada semana, siguiendo la actividad de Granada Gourmet, he vuelto a ser testigo de la exigencia de los buenos cocineros. Son exigentes con el producto, con la técnica, con la limpieza, con el orden, con sus equipos de trabajo, etcétera. Pero, sobre todo, son exigentes consigo mismos. Es lo que tiene la pasión por el trabajo.

Llegados a este punto, alguien podría acusarme de peloteo con el sector. No es así. Admiro al gremio de la hostelería desde que tengo uso de razón. O casi. Y lo demostraré con pruebas. Allá por 2011 publiqué el libro de cine que más alegrías me ha dado hasta la fecha: 'Café-Bar Cinema. Cafés, bares y clubes de película'. Se trataba de un repaso por decenas de garitos que han sido escenarios importantes en algunas de mis películas favoritas.

Les dejo la dedicatoria que abre el libro, antes de los agradecimientos: «A toda la gente de la hostelería que, con su sacrificado trabajo detrás de las barras, en las cocinas o en las mesas, contribuye a nuestra felicidad. Suyos son el mérito y el esfuerzo. Nuestro, el placer. Va por ustedes. ¡Salud!».

Admiro a la gente de un gremio que, en su día de descanso y con sus estrella Michelin a cuestas, se monta en el coche y se mete cientos de kilómetros para participar en unas jornadas gastronómicas donde mostrar su arte y su talento.

También admiro, especialmente en los tiempos de pandemia, el temple y la paciencia de esos camareros que, además de todo lo que ya hacían antes, tienen que controlar que sus clientes respeten las cambiantes normas dictadas por las autoridades sanitarias y decirles que no. Que a esa hora ya no les pueden atender o no les pueden servir la penúltima. Que no pueden admitir reservas de 15 personas, arriesgándose a perder un pico de recaudación, o que para fumar tienen que salir de la terraza. Va por ustedes. ¡Salud!

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