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En el caso del espárrago blanco, que está de plena temporada, el tamaño sí importa. Los ejemplares de tamaño medio y los más gruesos son idóneos para comer 'al natural', apenas cocidos en agua con un poquito de sal, su chorrito de aceite de oliva ... y, para mitigar su amargor, una pizca de azúcar. Una cocción que conviene ajustar al tamaño, entre 10 y 20 minutos, una vez pelados y previamente lavados. Siempre es mejor que queden al dente, no demasiado blandos. Y servirlos rápido que, fríos, tienden a lo insípido. El espárrago blanco es el que no ve la luz y crece bajo tierra, por lo que no le da tiempo a adquirir su proverbial tono verde. Al venir de la tierra, y aunque suele llegar bastante limpio a los anaqueles de las tiendas, conviene lavarlo bien antes de manipularlo.
Una de las grandes propiedades del espárrago, además de apenas presentar grasa —0,1 gr por cada 100 gr— y aportar muy pocas calorías —apenas 18 kcal— es su gran contenido en fibra, junto a las propiedades diuréticas, que ayudan a eliminar toxinas del organismo. Todo ello combinado convierte a esta modalidad de espárrago albino, igual que ocurre con su primo el verde, en alimento especialmente indicado para regímenes de adelgazamiento y operaciones playeras variadas.
Se recomiendan para las mujeres embarazadas y contribuyen a proteger el corazón, el cerebro y el sistema nervioso. Además, tiene muchos antioxidantes y es rico en vitaminas, aunque más los verdes que los blancos. Y parte de ellas se pierden en la cocción. Quedémonos, pues, con la parte diurética y con lo sabrosos que son.
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