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Era uno de mis objetivos prioritarios desde que Antonio Lorenzo me confirmó que cumplía uno de los sueños de su vida, por tantas y tantas razones: quedarse con El Embarcadero de Calahonda. Hoy no les voy a contar esa historia, que se merece tiempo, espacio, lentitud, calma y reflexión. Me limitaré, de momento, a hablarles de lo mucho y bien se come allí, nada de extrañar teniendo en cuenta las mimbres con que cuenta.
Antonio y Daniel Lorenzo, ya lo saben ustedes, son el alma de El Conjuro de Calahonda, uno de los mejores restaurantes de la provincia. Tienen sucursal en la capital, Le Bistró by El Conjuro, y ambos están recomendados por la Guía Michelin. Por algo será… Además, en verano abren Sangacho y, como les decía, desde hace unas semanas, son dueños de El Embarcadero, un coqueto hotelito con restaurante emplazado en una de las mejores ubicaciones posibles de la Costa Tropical, junto al peñón de la localidad caleña.
A la espera de que inauguren el espacio de arriba, El Embarcadero llena todos los fines de semana su terraza a pie de playa. En su propuesta gastronómica se combinan platos con inequívoco aroma a El Conjuro, como las muchas y variadas recetas protagonizadas por el atún. Recuerdo su soberbia lubina frita en dados y sin espinas de Sangacho y sentí una envidia terrible viendo cómo terminaban en mesa unas gambas. Por cierto que, si no las han probado, las alcachofas a la brasa y yema cocinada son un 'must'.
Además, en la carta tienen elaboraciones más sencillas, mainstream, para todos los públicos, edades, gustos y pasiones: rosada, calamares, quisquillas… Amplia selección de mariscos, con la quisquilla como protagonista, y sugerentes pescados del día.
En nuestro caso, tiramos de clásicos como los boquerones bien fritos, santo y seña recuperado de la casa, y una delicia como son las ortiguillas, de las que también hablaremos largo y tendido en otra ocasión. Son un bocado sorprendente de origen gaditano con cada vez mayor presencia en buena parte del litoral mediterráneo.
Y el arroz, claro. Los arroces de Antonio Lorenzo son míticos y el problema es, siempre, elegir uno y dejarse los demás para la siguiente visita. Optamos por el negro, con su sepia, que para algo organizamos Granada Noir y estamos al borde del mar. Reconozco que con los arroces soy un clasicote de tomo y lomo.
Espetos de sardinas
Una vez que hemos pasado por las manos de Antonio Lorenzo podemos dar por inaugurada la temporada de verano en la Costa Tropical, lo que nos lleva, impepinablemente, a pasar por otro clásico de Calahonda: El Farillo.
No soy muy de rituales formales, pero los informales me encantan, desde el primer baño del año a los gazpachos, ajoblancos y salmorejos inaugurales y, por supuesto… ¡un respeto por el espeto! No hay como unas sardinas a la brasa para sentir el placer del verano en tus manos, nariz y papilas gustativas. En el chiringuito El Farillo, donde siempre corren unas frescas e imprescindibles corrientes de aire, las preparan de lujo. Acompañamos el espeto de sardinas con otro de salmonetes y les sumamos los clásicos boquerones desraspados, del señorito, y unos sabrosos calamares. Para el postre, un exquisito queso Idiazabal. Y para beber, alternamos la cerveza con la manzanilla y agua, mucha agua, con y sin gas.
Sinfonía de la Alhambra
El inquieto cocinero David Ros propone para su restaurante DoceTrescientos una de esas ofertas que no se deberían rechazar. Su Sinfonía de la Alhambra nos traslada a la época nazarí. Entre su legado, además del arquitectónico y cultural, está el culinario, con su uso de hierbas aromáticas y especias tanto para conservar los alimentos como para darles sabor. Una cocina rica, exuberante, variada y repleta de sabores. A través de Sinfonía de la Alhambra, el cocinero autodidacta David Ros propone en su íntimo, elegante y coqueto restaurante un menú basado en los sabores de la Alhambra y en la época nazarí con importante presencia de diferentes verduras, frutas y legumbres. De carnes como el cordero, el carnero o el cabrito, aves de corral y de caza y mucho aceite de oliva para evitar la clásica manteca. Y los hielos de Sierra Nevada, que se bajaban en burro y a los que se homenajea a través de un granizado de bienvenida en DoceTrescientos. Una reinterpretación en clave contemporánea de una cocina histórica que se podrá degustar durante los próximos días.
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