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Jesús Lens
Granada
Viernes, 6 de agosto 2021, 00:34
En los últimos meses ha publicado un libro de cuentos, 'Cenizas', y presentado una soberbia exposición de poesía visual. Quedamos en la terraza de Las Titas en una tarde fresca de agosto y, al llegar, me encuentro a un Alfonso Salazar ostensiblemente más delgado. Se ha dejado 20 kilos en el camino. «¡Y todavía me quedan otros 15 o 20!», dice con convencimiento. Arrancamos por ahí esta conversación.
–¿Cómo está siendo el proceso?
–Más fácil de lo que pueda parecer. No es perder peso por perder peso. Se trata de aprender a comer y saber qué te viene mejor. También a controlar la ansiedad que provoca la comida, que es la ansiedad en general.
–Le recuerdo esta frase: «Me he tirado al barro de los pasteles»...
–Sí. Había dejado de beber y de fumar y el metabolismo me pedía sustancias como el azúcar o los hidratos. Me hice adicto a los dulces. Ahora lo soy... al trabajo. (Risas).
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–¿Nos da un consejo pastelero?
–En Granada hay una extraordinaria calidad repostera con chocolates. Cada pastelería artesana tiene su toque especial. La herencia Sacher ha sido bien aprendida en nuestra tierra. Las tartas de tres chocolates son imbatibles.
–¿Cuenta con apoyo profesional?
–Sí. Una nutricionista me ha abierto los ojos. Creo mucho en los profesionales, que no en los gurús o 'timoterapeutas'. Resulta sorprendente que la comida insana sea más barata y asequible que la saludable. Un tema para reflexionar.
–¿Qué comía uno de sus personajes más famosos, el detective del Zaidín?
–El tapeo de la época, que sus andanzas transcurren en los años 80 y 90 del pasado siglo. Se ponía hasta las trancas de calamares fritos y callos, por ejemplo.
Un ingrediente El ajo
Un sitio para celebrar Los merenderos de Huétor Vega
Una tapa para abrir boca La paella del domingo
Una cocina internacional La japonesa
Dulce favorito Tartas de tres chocolates
–Usted le dio una vuelta de tuerca al mito del detective–gourmet de la novela negra...
–Mis referentes eran el Carvalho de Vázquez Montalbán y el ambiente de barrio de Juan Marsé o el portuario de Izzo. El realismo imponía esa forma de comer, característica de aquellos años.
–¿A qué bares iba su personaje?
–Al Zurich o al Neuchatel, por ejemplo. Cuando volvían los emigrantes con un dinero ahorrado, ponían un bar. Entonces no había tanta titulación y formación en la hostelería como ahora. La mujer cocinaba, el marido atendía la barra y el chavea echaba una mano. O al Güejareño, otro bar con raíces evidentes.
–¿Se imagina al detective del Zaidín en un gastrobar moderno?
–Mientras hubiera cerveza y fútbol en la tele, no tendría problema. Su socio, Desastres, sería el que más percibiría los cambios, que era muy de sol y sombra.
–Cambiemos de género. En su exposición de poesía visual utilizaba referencias a conocidas marcas granadinas. ¿Qué aportan?
–La poesía visual es un género que me permite tocar temas que, en otros formatos, resultarían panfletarios. El uso de determinadas marcas es un guiño que se entiende culturalmente para los de aquí y que no genera extrañeza o distanciamiento a los de fuera.
–Como la granada de mano, que es una lata de Alhambra Sin...
–Lo tomé de la primera Guía del Ocio que hubo en nuestra ciudad, llamada 'Granada en mano'. Es lo que tiene vivir en una ciudad con nombre de fruta y a la vez de arma. (Risas).
–¿Hay marcas que trascienden el producto?
–Absolutamente. Son símbolos culturales. Es pura antropología. El neuromarketing nos puede hablar de ello. Antes, en una fotografía antigua, podías descubrir qué ciudad era solo por las marcas de cerveza que bebían las personas retratadas. En tiempos de globalización, la identificación con lo local vuelve a ser importante.
–¿En qué trabaja ahora mismo?
–En una guía sentimental de Granada. Aparece la zalabiyya, una torta antecesora de la torrija o el churro y que suena a 'salaílla'. La vinculo a la romería de San Cecilio. Tenemos una herencia culinaria sincrética apasionante, de la pastela moruna al remojón.
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