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Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 31 de mayo 2024, 00:05
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Probablemente tengan algún libro de ella en casa. El catálogo de la Biblioteca Nacional de España cifra su obra en 63 títulos y 52 ediciones, así que si no guardan ustedes algún ejemplar de su famosa Biblioteca del Ama de Casa o no atesoran el extenso 'Un menú para cada día' (1962) revisen a ver si en su biblioteca hay alguna copia de 'El asesinato de Roger Ackroyd' de Agatha Christie o, si no, de 'La isla misteriosa' o 'Cinco semanas en globo' de Julio Verne. Seguramente entre los datos de edición figure el nombre de su traductora: G. Bernard de Ferrer.
Es el mismo que aparece en decenas de recetarios de cocina y uno de los que siempre me han despertado mayor curiosidad como coleccionista. ¿Quién estaría detrás de aquella misteriosa 'G'? Lo mismo firmaba libros sobre ensaladas que de recetas de caza, legumbres, pescados, salsas, platos internacionales o helados, cuadernitos todos dedicados a un ingrediente o tema gastronómico concreto y que se reeditaron en numerosas ocasiones desde el año 1936. El contenido, tan sencillo como práctico, no variaba pero sí cambiaban las portadas y a veces también los títulos.
'Las 125 mejores maneras de preparar una comida en 30 minutos' (1950), por ejemplo, pasaron de lucir en cubierta una señora primorosamente peinada frente a un fogón de carbón a mostrar un plato de modernos canapés al estilo de los años 70, con sus impepinables rabanitos esculpidos. 'Cocina para jovencitas' (1948) eliminó en sus nuevas ediciones el subtítulo un poco trasnochado de «recetas fáciles para obsequiar a papás, abuelitos y amistades» y metió en portada a una adolescente con peinado yeyé.
Todos salieron de la mente y de la máquina de escribir de Geneviève Bernard Couvreur (1901-1976), una francesa audaz que en tiempos de la Primera Guerra Mundial se vino a vivir a España junto a su hermano y su madre. Había nacido en Tourcoing, junto a la frontera con Bélgica, en el seno de una familia acomodada y hablaba francés, inglés y un poco de italiano, idiomas a los que pronto sumó el castellano y el catalán. Instalada en Barcelona, en la capital catalana se casó con el empresario gerundense José Ferrer Gregori y allí también tomó contacto con diversas editoriales como Molino, Bruguera, Juventud o Espasa.
Para esa última hizo en 1926 la traducción de una novela titulada 'El asesinato de Rogelio Ackroyd', texto que a día de hoy siguen usando las reediciones de Christie. Para las otras casas editoriales tradujo a Verne o Dickens y además comenzó a trabajar para ellas como lectora —ayudando a seleccionar posibles novedades o fichajes— y después, a partir de 1936, como autora de manuales prácticos.
Pegada a un teclado
El rastro que dejó Genoveva (así adaptó su nombre en España) en hemerotecas y bibliografías me ha permitido contactar con su hijo Alberto Ferrer Bernard. Me cuenta que su madre era una buenísima cocinera, experta en recetas francesas, y que la recuerda siempre pegada al teclado.
Tuvo que estarlo porque el volumen de trabajo que publicó supera con creces a todos los autores o autoras culinarios de su época. No sé siquiera si Arguiñano habrá llegado a su altura: solamente en la Biblioteca del Ama de Casa, la colección gastronómica de Molino, firmó una treintena de recetarios que abarcaban desde las conservas hasta los cócteles, las comidas de vigilia o los platos específicamente ideados para llevar al campo de excursión. 'Arte de comprar y conocer los alimentos' o 'Platos típicos de la cocina internacional' fueron algunos otros de sus títulos, que en los años 50 se ampliaron aún más para abarcar las diferentes cocinas regionales de España.
En ese momento Genoveva, viuda y con dos hijos a su cargo, compaginaba su labor de escritura con la de intérprete para la casa Cinzano en Barcelona. También en los 50 se embarcó en la aventura de irse a Venezuela, donde buscó fortuna como tantos otros españoles de su tiempo y trabajó como corresponsal de idiomas para una empresa de exportaciones. Tras su vuelta a España en 1957 siguió colaborando estrechamente con Molino y Bruguera: de esa época datan 'El arroz y el bacalao: las mejores y más típicas recetas', 'Embutidos y condimentos varios', 'Nuevas recetas de pescados y mariscos' o 'Pasta italiana, hojaldres y pastelillos'.
Entonces las editoriales pagaban ese tipo de libros a un precio estipulado y en una sola vez, sin incluir en el contrato futuros derechos de autor. Animada por sus hijos, Genoveva Bernard cambió esas condiciones laborales para su gran obra 'Un menú para cada día' (679 páginas publicadas en 1962) y otro par de libros extensos que firmó en sus últimos años, como 'El ama de casa' (1964) y 'Cocina vasca' (1974).
Murió el 28 de diciembre de 1976 en Barcelona, habiendo sido una escritora tremendamente prolífica (y bastante estimable, por cierto) pero de perfil bajo, casi desconocida fuera del ámbito femenino y culinario. Qué suerte poder hacerle hoy justicia y saber que he resuelto el enigma de aquella 'G'. G de Geneviève, de doña Genoveva Bernard Couvreur señora de Ferrer. G de grande.
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