Desde que me lo dijo Clarise Dumont tomando una birra hace un par de semanas en Onírico lo tengo entre ceja y ceja: «hay días ... en que lo que te apetece es un croquetón de Los Manueles». ¡Y tanto que sí! ¡Mentira que es! Dado que si vas al centro estos días corres el riesgo de que tu paseo se convierta en La Odisea, aprovechamos para quedamos a este lado del Genilsisipi y nos damos un salto a Los Manueles del Zaidín. Un espacio grande y luminoso que tomó el testigo del restaurante tex-mex que había en ese local.
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Vaya por delante que me encanta que los restaurantes granadinos abran sucursales. He escuchado críticas por la proliferación de Carmelas, Cuevas, Manueles, Diamantes, Santa Mónicas, Mostazas, Sanchos, Berninas, Yslas, etc. ¿Será por criticar? Suele ser gente desocupada y, además, sin nada que hacer. Gente aburrida que en su vida ha puesto un negocio ni nada que se le parezca.
¡Olé por nuestras franquicias locales! Cuando haces las cosas bien y tienes un modelo de negocio que funciona y que permite la posibilidad de expandirse y crecer; es fantástico que haya emprendedores de la tierra que lo aprovechen para generar más riqueza y empleo. ¿Qué sería mejor, más hamburgueserías yanquis? ¿Más franquicias de tiendas de moda con ropa Made in China?
El caso es que nos fuimos a Los Manueles y, tras el primer tercio y la tapilla de arroz, pedimos su proverbial croquetón. Una croqueta de tamaño XXXL con la bechamel suave, cremosa y sabrosa y el exterior bien doradito y crujiente. Y, con la segunda cerveza, el albondigón. Igualmente gordito, jugoso y lustroso. Seguimos con las habas con huevo frito y jamón y unas carnes trinchadas. Pero lo mollar estaba es los clásicos de la casa. Esos que, de repente, te apetecen. Esos que podrían dar lugar a la leyenda: «No eres de Graná si no te has comido unos croquetones o unos albondigones de Los Manueles». ¡Cómo se disfrutan, por favor!
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Es tiempo de habas y buena parte de nuestras fruterías y tiendas de alimentación lucen carteles anunciándolas con orgullo: 'Habas del terreno'. Y para los más ansiosos, 'Habas de la tierra peladas'. ¡Un lujo de lo más asequible! Creo que podría comerlas quince días seguidos sin hartarme. Las adoro. Sobre todo, con huevo frito y jamón. Esa untuosidad, ese sabor…
Que las hay durante todo el año, bien porque se congelan, debidamente peladas, o bien porque se usan las envasadas en lata; las famosas habitas baby. Y que están también ricas. Pero que no es lo mismo.
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Si de algo podemos presumir en Granada es de despensa. A las alcachofas les siguen las habas y los espárragos de nuestras vegas. No me extraña que cada vez más establecimientos se entreguen a las jornadas gastronómicas de ese producto de nuestra tierra del que tan orgullosos podemos –y debemos– estar.
Después del ágape en Los Manueles, bajamos unos metros y nos llevamos el postre de Casa Ysla. Unos Felipes cuyo crujiente merengue exterior me flipa, una leche frita y, por supuesto, las torrijas. Torrijas de pan, pan. Hablamos de un bocado con siglos de historia. Y es que los romanos –¿qué hicieron por nosotros?–, tal y como cuenta Apicio en su famoso 'De re coquinaria', ya metían el pan duro en leche para reblandecerlo y darle 'gracia' al invento. Una receta de aprovechamiento, como el 'pantumaca' o el gazpacho. Por toda la Europa medieval se extendió la costumbre, además, de endulzarlo. Era un bocado sencillo de preparar y de alto poder energético, otra de las razones para que esté asociado a la Semana Santa, que los menús de vigilia solían ser austeros y había que coger fuerzas de forma rápida. Sobre todo si te tocaba cargar un paso a las espaldas. Por cierto, que no es lo mismo comerse una torrija que tenerla o llevarla encima. Se dice que estamos atorrijados cuando andamos erráticos y poco afortunados. Y es que, como el dulce se acompañaba muchas veces de vino… pues eso. Copita a copita...
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