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Granada
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Viernes, 22 de noviembre 2024, 00:26
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Andrea Aguilar-Calderón fue unas de las primeras nómadas digitales que, para hacer su trabajo periodístico, no tuvo empacho ni problema en instalarse a vivir en diferentes ciudades del mundo. Es de Costa Rica y desde hace unos meses reside en Madrid. Vino a Granada Noir a hablar de su novela 'Una asesina en el espejo' y hablamos con ella en Casa Enrique, un sitio que le gustó mucho, igual que el Gastrobar Qübba y ElBar de Eric, donde disfrutó de una surrealista presentación literaria, como no podía ser de otra manera. Y es que, como ella dice, «Granada siempre es una buena idea».
–Ha venido mucho este año a Granada...
–La primera vez que estuve aquí fue hace 20 años. Fue un viaje también muy surrealista: me compré un violoncello, que aún conservo, y viví una experiencia paranormal. Sí, es una larga historia que os contaré algún día. En enero, para mi cumpleaños, quise regresar para hacer un retiro de escritura. Cuando puedo, vuelvo a una ciudad que me haya gustado mucho para escribir en sus cafés durante una semana. Luego, en marzo volví con unas amigas, pero esta vez en plan para ir de fiesta. Y sí, volveré. Siempre. Quizás algún día me compre una casa aquí. Como decía antes: Granada siempre es una buena idea.
–Háblenos de su novela 'Una asesina en el espejo'...
–En un país de Latinoamérica, un asesino utiliza los cadáveres de sus víctimas para realizar montajes reales, a escala natural, de pinturas surrealistas. Esta serie de brutales asesinatos, que quedaron sin resolver durante veinticinco años, vuelven a la luz al aparecer un manuscrito anónimo en las oficinas centrales del Poder Judicial. La historia que relata parece la única que puede explicar por qué desaparecieron Irene García Valenzuela, principal sospechosa, y la agente Ana María González Fo, y por qué, de hecho, sus cuerpos jamás podrán encontrarse.Es una novela negra, pero no tan negra.
–¿Es usted aficionada al surrealismo y al noir?
–Al surrealismo, definitivamente. Absolutamente. Perpetuamente. Y sobre el noir, me interesa saber todo sobre la condición humana, incluso sus lados más oscuros. Al final, nada humano me es ajeno.
–¿A qué edad empezó a viajar y dónde ha estado?
–Empecé a los 17 años, pero a tiempo completo, a los 27. He vivido en Estados Unidos (Michigan), Mozambique (Maputo), Italia (Roma y Bari), Vietnam (Hoi An), Alemania (Berlín), Líbano (Beirut), España (Madrid) y Costa Rica (San José y Guácimo, en el Caribe).
–¿Se adapta bien a las costumbres y a la gastronomía?
–Depende de la latitud. En cuanto a costumbres, el mundo es increíblemente diverso y, muy a menudo, resulta inexplicable. Sin embargo, trato de mantener la política de que «al lugar que fueres haz lo que vieres»; pragmáticamente, por seguridad y por mera experiencia; moralmente, por respeto. En cuanto a comida, en realidad, soy bastante simple. Por eso, a veces me terminan gustando mucho gastronomías que no son necesariamente las más populares, como la de Mongolia, y no me gustan otras que sí lo son, como la de India. Pero, en fin, si gustos no hubiera, en las tiendas no se vendiera y en los restaurantes no se comiera.
–Recomiéndenos algo de esas gastronomías exóticas...
–Libanesa: no hay un solo platillo de la comida libanesa que no me guste. Consecuentemente, la selección es casi imposible, pero diría que en mis cinco años viviendo ahí lo que más comí fue manushe para el desayuno, fattoush y kibbeh para el almuerzo, y shawarma o tawouk para después de una larga noche de fiesta. Vietnamita: el Pho, una de mis 'comfort food' favoritas. También, cuando vivía en Hoi An, había una mujer con un puesto ambulante de bahn my. Le llamaba la 'máster' porque, en verdad, es quizás la mejor comida callejera que he probado en toda mi vida.
–¿Echa de menos el gallopinto, el plato costarricense por excelencia?
–Sí. Es lo primero que como cuando regreso a Costa Rica. En España puedo prepararlo, pero no me queda igual.
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