Borrar
IDEAL
Gourmet | La historia del cóctel más grande jamás bebido

La historia del cóctel más grande jamás bebido

En diciembre de 1694 el almirante de la Marina Real británica Edward Russell preparó en Cádiz un cóctel digno de récord

ana vega pérez de arlucea‌

Jueves, 19 de diciembre 2019, 21:40

Mil litros de brandi, 500 de vino de Málaga, 90 de zumo de limón, 2 kilos de nuez moscada, 300 galletas, azúcar, galletas y agua. Más o menos ésas fueron las cantidades que se usaron para hacer el cóctel más grandioso de la historia, un ponche tan épico por su magnitud y capacidad pimplante como por las extravagantes circunstancias en las que se elaboró. El nombre de su artífice, el almirante inglés Edward Russell, está grabado con letras de molde en la historia de la coctelería y en la de la jarana disfrutona, y hora va siendo de que nosotros también lo reverenciemos. Porque esta hazaña del bebercio, que lleva 325 años siendo recordada en el mundo anglosajón, tuvo lugar en España. Concretamente en Cádiz y encima con la importante contribución de los vinos españoles.

Quizás anden ya ustedes trazando paralelismos entre este báquico festival del siglo XVII y las modernas escenas de embolingue que protagonizan algunos turistas británicos en nuestro país. Efectivamente, aquella melopea de 1694 no estuvo libre de momentos de bochorno, y hasta alguna especie de proto-salto-del-balcón hubo de por medio. Pero al menos se hizo con estilo y por causas más o menos justificadas. Porque aunque los ingleses tengan desde hace al menos 500 años fama de aficionados al beber, lo cierto es que aquel día de Navidad tenían razones para hacerlo: olvidar que estaban lejos de casa en una fecha tan señalada y, de paso, celebrar las victorias de la flota inglesa en la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). Esta guerra de la que tan poco sabemos enfrentó a la llamada Gran Alianza (formada por España, Austria, Inglaterra, Portugal, Provincias Unidas de los Países Bajos y el Sacro Imperio Romano Germánico, entre otros) contra Francia por el control del Palatinado y otras zonas de Europa, y durante ella los franceses sitiaron Barcelona en dos ocasiones. Para romper el cerco del ejército galo se mandó en la primavera de 1694 una flota aliada al Mediterráneo bajo las órdenes de —y aquí llega nuestro protagonista— Edward Russell, conde de Orford y Primer Lord del Almirantazgo británico (1653-1727).

Russell, comandante en jefe de la flota anglo-holandesa y héroe militar de las batallas navales de Barfleur y La Hogue, puso rumbo hacía el Mediterráneo en junio de 1694 para cortar el paso de los franceses en la costa catalana. Al mando de 140 barcos, amedrentó al bando enemigo lo suficiente como para que se retirara y el 26 de agosto, triunfante y agasajado por las autoridades españolas, se dirigió de nuevo hacia al sur pasando por Alicante, Cartagena y Málaga. Lo malo es que el otoño se acercaba y los franceses escondían la cabeza en vez de atacar, así que no hubo más escaramuzas antes de que llegara el mal tiempo. Lo normal hubiera sido regresar a Inglaterra para pasar allí el invierno y que las tropas descansaran, pero sorprendentemente Russell recibió órdenes de quedarse en Cádiz, por si los galos hacían algún movimiento inesperado. Al almirante aquello le supo a cuerno quemado y tentado estuvo de desobedecer, pero al final y entre cartas furibundas de protesta acabó atracando en el puerto de Cádiz el 17 de octubre de 1694.

Imaginamos que para un hombre de acción como él la perspectiva de estar parado durante meses en una ciudad extraña pudo desesperarle. Nada tenía que hacer más que vigilar la costa, mandar patrullas a misiones cortas y aguantar los homenajes y visitas que le hacían miembros de la corte española, el duque de Sesto (capitán general de Andalucía) o Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tobar, gobernador de Cádiz. En casa, precisamente, de este último estuvo hospedado Edward Russell, un palacio dentro de la capital gaditana con un patio lleno de naranjos y limoneros y con una fuente en el medio. En esa fuente se mezclaría el famoso ponche de Navidad por el que el pobre Russell ha pasado a la historia más como borrachín que como destacado militar, todo gracias a las diversas crónicas que de su banquete de Navidad se hicieron en la prensa inglesa.

Una de las más conocidas, relatada por un testigo directo, apareció en un almanaque de 1711, y es en la que se cuenta que «en medio del jardín de limoneros y naranjos (que pertenecía a don Pedro Velasco, gobernador de Cádiz) había una fuente, cuyo fondo y costados se cubrieron con azulejos holandeses y que se limpió como si de una porcelana japonesa se tratara. En esa fuente se vertieron el día de Navidad seis barriles de agua, medio barril de vino fuerte de Málaga, doscientos galones de brandi, seiscientas medidas de azúcar, doce mil limones y nuez moscada en proporción. El almirante había tomado la casa del gobernador junto al jardín para pasar allí todo el invierno. Invitó a cenar a los comerciantes ingleses y holandeses de la zona y a todos los oficiales pertenecientes a la marina; hubo cien platos de carne junto a otras muchas delicadezas, cosas nunca vistas antes en España. También mandó asar un buey para el deleite de la compañía. Una vez acabada la cena, desfilaron en orden hasta la fuente o ponchera: en ella flotaban un pequeño bote con un niño dentro y tazas para servir la bebida. El almirante comenzó el brindis y, una vez hubieron bebido los oficiales cuanto deseaban, la turba de marineros se lanzó sobre el ponche, zapatos y calcetines incluidos. Y a punto estuvieron de volcar el bote con el chico, que se hubiera ahogado; pero para prevenir posibles daños extrajeron el líquido y dejaron sana y salva la ponchera».

Imagínense, un ponche tan gigante que era capaz de contener navegando en él un bote con grumete. Normal que se siguiera hablando de aquella fiesta anglogaditana en los años siguientes y fueran apareciendo (verídicos o no) nuevos detalles sobre el particular: por ejemplo, que sobre la fuente se construyó un dosel por si llovía y que el barquito se hizo también expresamente para la ocasión, que fue el pequeño remero quien llenó las tazas de ponche o que los ingredientes, cuyas cantidades variaban según la versión, incluyeron azúcar de Lisboa, 300 galletas y una pipa de Málaga seco además de unos 800 litros de brandi, seguramente jerezano. Una maravilla de la coctelería histórica y un combinado navideño que no estaría nada mal replicar esta Navidad.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal La historia del cóctel más grande jamás bebido