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Fue Esperanza de los Reyes quién me habló de él y de su peculiar técnica de 'cocinado' fotográfico en su galería, El Silo Eléctrico, donde había expuesto. Efectivamente, Carlos del Río Bermúdez es un fotógrafo y artista visual granadino que utiliza diversas técnicas en su trabajo, a través de las que obtiene resultados muy diferentes y originales. Quedamos en el igualmente artístico Bar Rojo para hablar de fotografía analógica, intervenciones y el tiempo como ingrediente mientras disfrutamos de la mítica tortilla de patatas del establecimiento. Está terminando un fotolibro, 'Good gravy!', para el que busca editorial.
–¿Cómo define su trabajo?
–Se centra en explorar los límites de la fotografía tradicional, difuminando la línea entre realidad e imaginación. Mi objetivo final es captar mundos invisibles para el ojo humano.
–¿Y cómo es su proceso artístico y cómo se inspira?
–En una era digital dominada por la sobrecarga visual, mi obra nace de la experimentación lenta y deliberada usando técnicas de fotografía analógica. Mi proceso artístico está directamente influenciado por mi carrera como científico y los paralelismos entre la experimentación en el laboratorio y en el cuarto oscuro.
–¿Qué técnicas usa?
–En mi búsqueda por conocer diferentes procesos fotográficos, me acerqué a la solarigrafía con el objetivo de introducir la variable tiempo a mis imágenes. Las solarigrafías son fotografías que capturan la trayectoria del sol a través de nuestro horizonte durante largos períodos, en mi caso entre seis meses y un año. Estas imágenes se obtienen con cámaras muy simples, construidas a partir de materiales reciclados como latas, en las que se introduce un papel fotográfico sensible a la luz. Al exponer la lata, la luz solar se dibuja lentamente sobre el papel, creando trazos individuales que representan la posición diaria del sol a través del paisaje y las estaciones. La imagen final no se revela con procesos químicos, si no que se escanea y positiva de forma digital, enlazando viejos y nuevos conceptos en fotografía. Las solarigrafías dejan constancia entre la interacción entre el entorno y el paso del tiempo, que se aprecian no sólo en la imagen final si no también en el impacto físico que la climatología, incluyendo precipitaciones, temperatura y humedad, provocan en el papel fotosensible dentro de la lata.
–¿Cómo influye el tiempo en su trabajo?
–A diferencia la captura digital, los procesos analógicos en general te obligan a parar, a reducir la velocidad, a pensar. Para mí, cada imagen que tomo es una creación tangible a fuego lento, sin prisa. En el caso de la solarigrafía, la paciencia juega un papel fundamental. Esa incertidumbre que se siente al exponer una lata en un árbol sin saber qué va a ocurrir es casi igual que la emoción al abrir la lata y ver esa imagen por primera vez un año después. Hoy día, tomarse tiempo es un acto punki, casi revolucionario. En un mundo acelerado y en cambio constante, los procesos creativos que requieren tiempo y paciencia como la solarigrafía nos recuerdan que el arte y la vida misma son viajes que podemos capturar, pero que nunca debemos apresurar.
–¿Y el 'cocinado' de fotografías?
–Busco recuperar el espíritu lúdico de la fotografía. Jugar. Sorprender a la gente. Pasarlo bien. Experimentar. En ese sentido, utilizo técnicas de cocina con los carretes de acuerdo a un menú completo, de los aperitivos a los principales y los postres, pasando por los cócteles. En casa, mi marido Marc es un gran 'cocinillas' y aplico las técnicas culinarias a la fotografía. Él es fotógrafo y videógrafo y hacemos buen trabajo en equipo.
–¿Por qué, lo monumental?
–Pasé quince años fuera de España y al volver a Granada me reenamoré de la Alhambra y el Albaicín, aunque ya no los 'saco' más. (Risas). Me gusta reinventar iconos, que el espectador se reimagine lo más trillado. También me atrae la fotografía arquitectónica, estática, sin personas ni animales. Estoy trabajando en el Altiplano, que me lo descubrió PabloCastilla Heredia. Hay misterio, inquietud. Es muy lynchiano.
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