¿Cómo se llama esta costa?

Conozco de siempre a la familia propietaria de este singular espacio culinario mediterráneo. Si estuviese ubicado en Saint-Tropez, Niza, Mónaco o Mentón, sería un restaurante de culto. Y no todos los locales gastronómicos tienen que hacer una cocina minimalista para destacar, con ingredientes asiáticos que les cuesta a los cocineros saber utilizar. En algunos casos, restaurantes que han guisado toda la vida migas y manitas de cerdo en salsa de almendras, ahora son 'doctos' en tataki de atún, sushi y la infinita gama de recetas, reitero, infinita, que tiene Asia.

Sorprende ver a un empleado situado a la entrada del restaurante. Recibiendo y confirmando a los clientes sus reservas. Está en plena arena, pero con ordenador y liviano mostrador. Algo, que yo sepa, no lo tiene nadie en sus locales. En la entrada del comedor asignado espera un señor, bien presentado, que mira la reserva y te acompaña a tu mesa. Previamente se puede escoger el pescado que nos apetezca de un expositor refrigerado. En esta casa me llevé varias sorpresas, ya sentado a mi mesa. Acude un correcto camarero a tomar nota de las bebidas. Después otro nos toma nota de la comida.

Si, los que capturan en el colindante Mediterráneo. Buen ejemplo la breca o pajel. Pez de buen porte y tamaño que, a la brasa, queda perfecto. Le dan el punto justo para que no se reseque. Y la gran sorpresa es que junto a mi mesa, ponen otra auxiliar –garidón–, delante de los comensales para limpiar y emplatar las raciones. Un acto cibárico propio de los grandes restauradores y hoteles de lujo y abolengo. El pulpo, bien presentado y muy tierno. Y el surtido de postres, tentadoramente elegido. Servicio muy profesional y la vista encima del mar, irrepetible, propio de gran elogio si fuese Saint-Tropez. Cuídense.