En Granada hay varias 'apariciones' que provocan un hondo y espontáneo «¡Ohhhhhhhhhhh!» en quiénes las disfrutan por primera vez. Muchas de ellas son vistas agazapadas ... tras una curva. Por ejemplo, la Alcazaba y el Mulhacén nevados, en invierno, caminando por la Vereda de la Estrella. O la aparición del Albaicín cuando vuelves a Granada por Valparaíso.
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Al salir del ascensor del hotel El Embarcadero de Calahonda, los ojos amenazan con salirse de sus órbitas y la vista salta por la baranda: el Mediterráneo luce en todo su esplendor y deslumbra con su azul profundo. La pequeña marina junto al peñón, protegida por el acantilado, es elegante y evocadora. Siempre hace fresco, aunque fuera cante la chicharra, que los buenos aires se cruzan allí arriba. Con una cerveza helada en las manos, las pulsaciones bajan en la misma proporción en que se eleva el espíritu. Te relajas, te pones cómodo y, sentado a la mesa, tienes el convencimiento de que muy mal se tendría que dar la cosa en cocina para que esa comida o cena no termine siendo memorable.
Pero no. No hay riesgo ni peligro. La cocina de El Embarcadero está a la altura de sus vistas y lo que sale de sus fogones es gloria bendita, mucho de ello basado en las brasas. Como los vegetales, el pimiento y el tomate, para abrir boca, con su intenso sabor ahumado. A continuación, el salmorejo. Es uno de los mejores que he tomado nunca y podría tumbar un caldero entero.
Antonio García es un enamorado de las ostras y del champán, que nunca faltan en su selecta terraza. Una ostra es un universo en sí mismo. La cantidad de sabores y matices diferentes que atesora, todos a mar profundo, no se encuentran en ningún otro producto. Hace unos días le leía a alguien que a quien no le gustan las ostras no es de fiar: tampoco le gustarán otros placeres de este nuestro mundo. ¡Y razón no le falta!
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En El Embarcadero, el atún de almadraba forma parte de la familia. Este verano han hecho tres o cuatro ronqueos de grandes atunes del Estrecho y todos ellos han sido un éxito. Probamos una exquisita selección y, entonces sí, llegó la estrella de la velada: el arroz.
A estas alturas de año, ese arroz con langosta –más bien una langosta con arroz– hecho a las brasas, es el mejor que he comido en lo que va de 2023. Casi les diría que, junto al de Casa Guillermo de Pinos Genil hace un par de años y a otro de Arrozante, es el que más y mejor recuerdo me ha dejado. Me tomé tres platos y llegué a servirme un cuarto, pero ya no pude enfrentarme a él. Me dio mucha rabia la cantidad de marisco que sobró, pero me dio fatiga pedir que me lo pusieran para llevar a casa. Sobre todo porque me había pegado tal 'jartá' de arroz que iba a necesitar un par de días a base de agua con gas para recuperarme.
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No les puedo hablar de los postres: no había hueco ni en ese segundo estómago que los humanos tenemos reservado para el dulce después de una gran comilona. Imposible comer nada más. Lo regamos todo, eso sí, con un exquisito y helado Albariño, mi vino del verano.
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