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Las casas de entramado de madera y alegres colores sobresalen en la parte antigua de Vannes. Ideal
Los mejores crepes del mundo

Los mejores crepes del mundo

Gastroturismo ·

La disposición medieval de sus calles denota el extraordinario estado de conservación de una ciudad fundada por los romanos hace más de 2.000 años

elena sierra

Viernes, 24 de enero 2020, 23:26

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Vista desde fuera, la receta suena bien pero tampoco parece para volverse loca y dedicarse al consumo de la crêpe a todas horas. O para no exagerar tanto, no parece tan fantástico como para hacerle hueco en la dieta al menos dos veces al día cada día, a la hora de la comida y a la de la cena. Porque la mezcla de harina, huevos, leche, mantequilla, azúcar y sal, así de simple es la historia –aunque luego, como todo el mundo sabe, hace falta cierta maña y mucho cariño para que la unión de los ingredientes más básicos den como resultado un platillo majo–, no es nada del más allá.

Pero ay, amigo, una crêpe puede ser eso, una crêpe, una cosita graciosa y saciante, o la crêpe perfecta, La Crêpe, con mayúsculas. Y en la Bretaña francesa, la patria de este invento y donde la hacen dulce y la hacen salado (y en este caso recibe el nombre de galette), y la rellenan, la aliñan, la envuelven, le dan formas distintas y hacen de ello alta cocina, se pueden encontrar desde la más vulgar hasta la más delicada, desde la de menú del día para seguir tirando hasta la que elabora la masa con la materia prima más fina y ecológica y luego le va sumando ingredientes de postín.

En la localidad de Vannes, un lugar que parece escenario de película de época medieval (en su casco histórico se conservan alrededor de 200 edificios de entramado de madera pintaditos de colores y con todo tipo de figuras talladas apoyadas con gracia donde menos te lo esperas) existe un local llamado La Balade en Crêpanie donde todo esto queda muy claro. Las dos hermanas que regentan el establecimiento decidieron elaborar esta receta típica bretona solo con lo mejor de lo mejor y por eso un par de años después de levantar por primera vez la persiana recibieron el sello de calidad Crêperies Gourmandes, de la asociación que vela para que lo que llega al plato sea un producto que sigue la tradición, hecho por especialistas, realizado con buena materia prima, disponible no solo en temporada turística sino casi todo el año...

De paso, se intenta contar con productores locales para la lista de ingredientes, y así es como en La Balade las hermanas Véronique y Sandrine compran las salchichas en la Maison Olivier, el pan en Hardat, la fruta y la verdura al agricultor Breizh Prim, los tés e infusiones en la destilería St. Paterne, los quesos son bretones y franceses de la quesería de Kerouzine, todos ellos vecinos de Vannes, las mermeladas vienen de un pueblo cercano, los vinos, cervezas sidras que se sirven también...

La crêpe es, así la cosa, toda una filosofía de vida. Y seguirle la pista a los comercios con los que se va componiendo este plato típico sirve para lanzarse a recorrer las calles de Vannes, capital de la provincia de Morbihan.

Peregrinos españoles

En origen ciudad romana, Darioritum –con Rennes, la única ciudad con más de 2.000 años de historia de Bretaña– pasó a llamarse Gwened, la blanca, cuando llegaron los celtas; durante un tiempo perdió su capitalidad en favor de otra más industrial y eso, aunque fue un problema, supuso que un barrio medieval plagado de casas con madera a la vista y de callejas empedradas se conservara casi por completo en vez de caer víctima del furor constructivo.

En Vannes es posible adentrarse en un núcleo amurallado que conserva muros del siglo XIII, pasear por idílicos jardines que ocupan lo que fue en su día río navegable o plantarse en la Plaza Gambetta, que tiene más aire de lugar costero que de interior. Y es que ésta, como muchas ciudades alejadas de la costa del golfo de Morbihan, tiene hasta puerto y se puede uno bajar del barco casi al pie de la muralla.

Muchos peregrinos españoles se acercan a Vannes para visitar en la catedral la tumba de Vicente Ferrer, el santo valenciano que murió en 1419 mientras predicaba el advenimiento del Anticristo. Rezan, por supuesto, y comen galettes de trigo sarraceno y crêpes, acompañadas a ser posible por esa sidra que es puro zumo de manzana con un puntito de alcohol que saben hacer los bretones y que sirven en coquetos cuencos de colores.

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