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Un bebe mamando de una burra en el hospital San Vicente de Paúl en París. colegio médico de méxico
La milagrosa leche de burra, alimento y medicina
Gastrohistorias

La milagrosa leche de burra, alimento y medicina

Como tratamiento contra la tuberculosis, para recién nacidos o chuchería golosa, fue imprescindible en muchos momentos

ana vega pérez de arlucea

Viernes, 15 de octubre 2021, 01:09

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Es muy probable que con solo haber leído leche de burra hayan pensado en Cleopatra, pero no hace falta remontarse tan atrás en el tiempo para encontrar a alguien que usara este peculiar producto lácteo. Sin ir más lejos, ustedes mismos. Si peinan suficientes canas quizás recuerden unos caramelos blancos que se vendían por unidad en kioscos y boticas bajo el nombre de pastillas de leche de burra. De asno realmente tenían poco o nada, pero esta golosina infantil de textura terrosa y sabor dulce (imagínense un caramelo PEZ o de dextrosa) nació originalmente como un medicamento a base de leche de burra concentrada.

Antes de morir en la erupción del Vesubio (79 d.C.), Plinio el Viejo escribió en su 'Historia natural' que la leche de borricas servía casi para todo. Haciendo gárgaras con ella se curaban las úlceras bucales, bebida en ayunas curaba la fiebre, el ardor de estómago, el asma, la fatiga y ciertas intoxicaciones con venenos.

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Plinio no se olvidó de su uso cosmético, aunque como ejemplo de sus poderes embellece-dores puso en vez de a la dichosa Cleopatra a otra hermosura de su tiempo, la emperatriz Popea Sabina. Según el escritor romano, la esposa de Nerón «traía consigo por donde quiera que iba cincuenta borricas paridas, y bañaba todo su cuerpo con aquella leche, creyendo que con ello se aclaraba y alisaba la piel».

Es cierto que aplicada de forma tópica la leche de burra hidrata y tonifica la dermis. También que tiene menos porcentaje de grasa y caseína que la de vaca, cabra u oveja, y bastante más azúcar que ellas: la hembra de asno es el mamífero doméstico cuya leche se parece más a la de la mujer.

Por esa razón ocurrieron escenas como la que pueden ver en la foto que hoy acompaña este artículo, en la que un bebé mama plácidamente de una burra mientras una enfermera le sujeta. Fue el pediatra francés Joseph Marie Jules Parrot (1829-1883) quien en 1877, siendo responsable del hospital de niños expósitos San Vicente de Paúl en París, llevó a cabo el experimento de alimentar así a algunos de sus pequeños pacientes.

Por entonces miles de recién nacidos eran abandonados cada año en los hospicios parisinos, muchos con sífilis congénita. Debido a la probabilidad de contagio estos niños no podían ser amamantados por nodrizas, así que hasta saber si estaban enfermos de sífilis o no se les administraban sustitutos de la lactancia materna como agua azucarada, caldo o leche de distintos animales.

En aquel tiempo la pasteurización todavía no se había aplicado a la leche, de modo que los patógenos presentes en ella provocaban graves trastornos intestinales a numerosos bebés. De esta forma, la tasa de mortalidad de los lactantes en el hospital de San Vicente Paúl estaba por las nubes, así que el doctor Parrot pensó que para que la leche fuera lo más pura y fresca posible lo mejor era que los niños mamaran directamente del animal.

Más ligera y digestiva

Las ubres de las vacas eran demasiado grandes para la boca de los bebés, así que para el ensayo se escogieron cabras y burras. En las inmediaciones del hospicio se construyó para ellas un corral amplio y limpio adonde se llevaba a mamar a los niños cada pocas horas. Parrot presentó los sorprendentes resultados en julio de 1882: mientras que la mortalidad entre los alimentados por cabras había sido de un 81%, en el grupo amamantado por burras no llegaba al 27%. La leche de asna, más ligera y digestiva, era mucho mejor asimilada por los delicados intestinos de los bebés.

El problema era que las burras dan poca leche. No todas las razas de asno son igual de productivas y además sólo se pueden ordeñar en los seis meses que siguen al parto. Por eso cuando los médicos ordenaban tomar su leche como tratamiento contra la debilidad, la desnutrición, el asma o la tuberculosis era complicado encontrar un proveedor.

En 1764, tal y como informaba el 'Diario Noticioso de Madrid', los hospitales de la capital contaban con un suministrador oficial de leche de burra. Para casos de emergencia, de falta de existencias o de nula cooperación por parte de la burra se inventó en 1787 un sucedáneo «excelente para la tisis y otras enfermedades de consunción».

Pastillas de leche

Para obtenerlo se necesitaba cebada, agua, asta de ciervo raspada, raíz de cardo corredor y treinta caracoles machacados. «Todo lo dicho se hace hervir junto hasta que toma la consistencia de jalea clara y después se pasa por un paño limpio; medio cuartillo de esta jalea se mezcla con otro medio de leche fresca de vacas o cabras». Imagínense si era difícil dar con una burra de leche, que en comparación este mejunje se consideró un sustituto de fácil elaboración.

En 1850 llegaron a España las primeras pastillas de leche de burra, un medicamento francés obtenido gracias a la evaporación de sus partes líquidas. Pronto aparecieron el chocolate con leche de burra, el jarabe de leche de burra o los pralinés y caramelos hechos con ídem. ¿Sabían ustedes que los Solano de café con leche se hicieron también con leche de borricas? Eso se lo contaré otro día.

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