
Mónaco: vinos, leyendas, Chanel 5 y carburante
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PABLO AMATE
Viernes, 21 de mayo 2021, 00:20
En realidad son contadas las personas que han podido ver lo que ilustra la foto de este artículo. Les iré contando, pero les sitúo previamente. ... Siempre que voy a Jerez, lo primero que hago es tomar un Tío Pepe. En Montecarlo, una copa de champagne Taittager. Y después, suelto las maletas. Han sido muchos años yendo al Principado. Varios de ellos, como enviado especial del grupo Vocento. Ver hemeroteca. Este fin de semana se corre su Gran Premio de Fórmula 1, el único circuito donde se vive con los cinco sentidos. Los demás escenarios son descampados, más o menos bonitos, donde en milésimas de segundo ves pasar a los bólidos. No da tiempo a nada. Para eso es mejor quedarse en casa viendo la tele.
En la calle que baja tras las cerradas curvas del Casino, Hotel de París y Café de París, hay un restaurante que le gusta mucho a mi familia. Pequeño, con cuatro pequeñas mesas en la estrecha acera. Hacen el mejor foie gras de oca, salvo el de mi proveedor de Estrasburgo. Durante el Fórmula 1, solo sirve cenas. Las vallas de acero protegen y no se quitan hasta el final de la competición. Mónaco es caro si va de guiri. Hay zonas en que puedes comer pizzas, cocina mediterránea a buen precio. Y las fiestas patronales son idénticas a las de Granada. Casetas de tiro de escopetica, algodones, caballitos y carruseles. Como si fuera el Corpus.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Mónaco se mantuvo neutral. Lo que no impidió que fuese ocupada por los nazis. Allí y en Suiza disfrutaban los gerifaltes de todas las naciones en conflicto. Montecarlo, siempre con el halo de la buena vida, tenía siempre lo mejor en sus emblemáticos restaurantes. Los alemanes, saqueadores natos, fueron directos a por las grandes cosechas de los mejores vinos y licores del mundo. Sabían, por delaciones y torturas, que el Hotel de París tenía una cava en sus sótanos. Ese fue su error. Existían, pero en otro subterráneo colindante. Y allí estuve yo
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No era dinero, oro o diamantes. Eran los grandes coñac, licores y las excelsas cosechas de los mejores vinos del mundo. Lo que buscaban para su deleite y gozo de las fuerzas de ocupación eran los grandes caldos. En la mayoría de los casos, no sabían apreciarlos. Ni cultura enológica. Bebían por etiqueta y precio de la botella. Por eso, los elegantes monegascos y responsables de la empresa propietaria SBM decidieron hacer una pared falsa, escondiendo esas grandes cosechas. Envejecieron la pared y protegieron esas joyas enológicas, que alguna pude catar. Es una leyenda verdadera. Cuídense.
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