Es una de esas frases de madre o abuela que nos retrotraen a la infancia. «¡Tómate rápido el zumo de naranja, que pierde las vitaminas!». ... Y lo mirábamos fijamente, buscando ese halo vitamínico que escapaba del vaso.
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Empezar el día con un zumo de naranjas recién exprimidas, en casa, era medicarte preventivamente contra los mil y un males que acechan ahí fuera. Pedir uno en una cafetería a la hora del desayuno era sentirte todo un potentado, rico por castigo, un marajá derrochador.
Los expertos, sin embargo, recuerdan que las muchas y extraordinarias propiedades de las naranjas son mejor absorbidas por el cuerpo cuando se comen al natural, bien peladas y en forma de gajos, con toda su fibra. Sobre todo si al zumo le añadimos azúcar… ¡acabáramos!
Por su escaso aporte calórico, apenas 42 kcal por cada 100 gramos, la naranja es buena para personas que hacen dieta o quieren perder peso. Gracias a esa fibra de la que hablábamos, las pectinas, contribuye a rebajar el colesterol y aumenta la flora intestinal.
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Y está, por supuesto, la vitamina C y todos sus beneficios para la salud, desde fortalecer el sistema inmunitario y el incremento de glóbulos rojos a la eliminación de residuos tóxicos del cuerpo, incluyendo el ácido úrico. Lo intenso de su color ya nos da pista de que la naranja es rica en caretonoides y, por tanto, tiene propiedades preventivas a la hora de hablar de cánceres y tumores, además de fortalecer el sistema cardiovascular y mostrar la cara anti–todo de la fruta: antioxidante, antiinflamatoria y, como decíamos, antitumoral.
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