Greta Garbo, a punto de entrar en una dimensión desconocida

Ninotchka, felicidad en torno a la mesa

Gastrobitácora ·

Ver el clásico de Ernest Lubitsch en tiempos de pandemia te reconcilia con el 'joie de vivre', la alegría del vivir, del beber y del comer

Jesús Lens

Granada

Viernes, 18 de diciembre 2020, 00:57

Ironía. Sofisticación. Elegancia. Refinamiento. Humor negro que parecía blanco… El toque Lubitsch se podría definir como el aroma de un buen vino que el espectador ... más atento detecta y degusta, pero que no consigue terminar de explicar.

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Cuando vuelves a ver 'Ninotchka' en tiempos de pandemia, una de esas películas universales que todo el mundo debería ver de nuevo, puesto que damos por supuesto que ya la ha visto anteriormente; disfrutas el doble, a pesar de la melancolía y la nostalgia que provoca ese visionado.

¿La recuerdan? La inconmovible e impávida Greta Garbo interpreta a una severa agente soviética que, durante la segunda preguerra mundial, desembarca en París para controlar a tres compatriotas que andan de picos pardos por la ciudad de la Luz, haciendo de las suyas mientras tratan de vender unas exquisitas joyas al mejor postor.

Ninotchka es una mujer austera, dura y exigente que tratará de descubrir las inconsistencias del capitalismo. Aun así, cuando de comer se trata, busca un restaurante de corte proletario, alejado del lujoso hotel en que se aloja por motivos de seguridad. ¡Ay, la vida de hotel! Qué nostalgia ver esas suites y ese servicio de habitaciones. Esa felicidad y ese desparrame. Los hoteles, esos paraísos en la tierra que, ahora, tan lejanos y ajenos nos parecen.

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En el restaurante proletario se encontrará con un noble de rancio abolengo tan majete como arruinado que, aprovechando lo cálido y desenfadado del local, hará lo posible y lo imposible para conquistarla. Entre otras tácticas, le contará chistes, tratando de hacerla reír. Porque Ninotchka, con su ceño fruncido y su ojo avizor, era incapaz de siquiera sonreír para dulcificar su rostro.

De hecho, la Garbo había pasado a la historia como 'la mujer que no ríe'. Acostumbrada a interpretar papeles dramáticos, nunca se le había visto el rictus de una sonrisa en la pantalla de cine. Lubitsch aprovechó la seriedad congénita de la actriz sueca para provocar un terremoto en las plateas de medio mundo, haciéndola reír a mandíbula batiente y recreándose en su rostro feliz. De hecho, fue uno de los reclamos publicitarios con los que se vendía la película en los grandes cartelones.

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Y aquellas carcajadas llegaron, como no podía ser de otra manera, en un popular bistró parisino, entre vinos y viandas compartidas con un paisanaje popular, divertido y entregado a la causa.

Las risas de Ninotchka, las carcajadas de la Garbo, resultan contagiosas. Invitan a descorchar una botella de vino tinto para brindar, acompañándolo de un fromage, un paté o unos escargots; a gusto del comensal. La secuencia transmite alegría, disfrute y felicidad. Ese 'joie de vivre', el goce de vivir, tan propio de la Francia libre y desprejuiciada.

Cuando ves la película de Lubitsch te sumerges en esa alegría y esa felicidad desatadas en torno a la mesa. Sobre todo ahora, cuando tomarte algo en el interior de un garito lleno de peña es algo parecido a un ejercicio de riesgo. Ver a la Garbo reír a mandíbula batiente, sin mascarilla, es casi una provocación, una invitación a pecar, un disfrute lujurioso que va más allá de lo cinematográfico.

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Poco después y una vez adaptada a la vida parisina de los años 30 del pasado siglo, vestida de tiros largos, maqueada y arreglada; Ninotchka irá a una fiesta de gente bien. A un garito con pedigrí. Y allí probará el champán por primera vez en su vida, bebiéndolo como si fuese un inocuo y refrescante refresco. Ustedes imaginan los efectos que le provocará, ¿verdad? Como si fuera un elixir, un pasaporte a otro mundo, el champán es un símbolo de libertad, locura y transgresión. ¡El toque Lubitsch en su más pura esencia!

Al final de la película, los personajes se vuelven a reencontrar en Estambul, donde los tres locuelos soviéticos han montado un restaurante ruso para ganarse la vida. De nuevo la cocina y la gastronomía como símbolo de libertad, futuro, goce, negocio y amplitud de miras.

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Anímense estos días y vean 'Ninotchka'. Es una maravillosa comedia repleta de dobles sentidos, una carga de profundidad que se posiciona frente al choque de culturas y mentalidades propio de la época, con gran protagonismo para el hedonismo que se disfruta en hoteles, bares y restaurantes de todo tipo, origen y extracción.

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