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Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 28 de junio 2024, 00:24
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En abril de 1954 el ministro de Comercio de España, Manuel Arburúa, visitó Estados Unidos. La reciente firma de los pactos de Madrid entre Franco y Eisenhower no solo había abierto la puerta a las bases militares norteamericanas o a los dólares yanquis, sino también a un mayor intercambio de ideas. Todo lo que proveniente de EE UU había sido hasta entonces opresor o imperialista pasó de repente a considerarse maravilloso, inspirador y digno de emulación en aquella España que acababa de salir del racionamiento. El ministro Arburúa se fue a Detroit (Míchigan) a empaparse de americanidad, admirar las maravillas de la fábrica de automóviles Ford y de paso poner el pie en un 'supermarket'.
Siendo aperturista, pionero de la liberalización de la economía española y defensor de la apertura al exterior, el titular de Comercio debió de entender a la primera lo que ese tipo de tienda significaría en nuestro país. Probablemente comparó aquel templo del capitalismo (reluciente, higiénico y repleto de productos) con los mercados españoles de abastos —irónicamente, casi siempre desabastecidos— o nuestros tradicionales ultramarinos, tan entrañables como poco eficientes.
El comercio de alimentación en España había sufrido los desmanes de la posguerra y estaba claramente retrasado respecto a otros países en cuanto a calidad y variedad de oferta, pero además seguía respetando la misma organización que lo había regido durante siglos: un mostrador, una persona que atendía personalmente a los clientes uno por uno y una larga cola de gente esperando pacientemente su turno. ¡Cómo palidecía el amable recuerdo del tendero o la frutera de barrio frente a aquellos pasillos plagados de luces y colorines! ¡De qué manera avanzaría España si aquel invento permitiera a las amas de casa comprar bueno, bonito, barato y encima rápido! Esto, claro está, es lo que yo imagino que pensó Manuel Arburúa, que era muy avispado y no tardó en poner las bases de un plan que permitiría adaptar aquellos fascinantes 'supermarkets' denominándolos... supermercados.
El futuro y el Papa
La 'operación Supermercado' nació en la mente de un ministro y fue modelada por otro. En febrero de 1957 don Alberto Ullastres Calvo asumió la cartera de Comercio y con ella la misión de modernizar tanto el abastecimiento de comestibles como la manera en que se vendían y compraban los alimentos. Aún no estaba en marcha el famoso Plan Nacional de Estabilización Económica (se aprobaría en 1959), pero Ullastres apostaba firmemente por acabar con la autarquía y el aislamiento y sabía que los supermercados serían la clave del futuro.
Hasta el Papa se había puesto de su lado. En junio de 1956 casi todos los periódicos de España habían recogido unas declaraciones de Pío XII, hechas durante una audiencia concedida a los participantes del III Congreso Internacional de Distribución de Productos Alimenticios, en las que señalaba que «el sistema de «sírvase usted mismo» que viene usándose en los Estados Unidos invita al consumidor a desempeñar un papel más activo y ayuda a reducir el precio de los artículos». Amén.
Se lo conté a ustedes la semana pasada: el sistema de autoservicio permitía ahorrar costes y abaratar así el precio final de los productos. Con esa premisa abrió ese mismo año de 1956 la primera tienda autoservicio de Madrid, un comercio llamado Galerías de la Alimentación (c/ Mártires Concepcionistas 6, en el barrio de Salamanca) que según sus dueños seguía «la fórmula imperante en el extranjero, aunque adaptada a la forma de vida y psicología españolas».
No sabemos qué demonios quería decir eso, pero sí que aquel establecimiento fue el no va más en cuanto a innovación y deslumbramiento. Según el diario Pueblo, había un contraste notabilísimo entre las tiendas tradicionales y las fastuosas Galerías: «En éstas hay ausencia completa de vocerío y pregones a voz en cuello [...] todo es agradable en su interior, desde la música suave y sin estridencia que difunde un tocadiscos hasta los modernos brazos de luz pasando por la decoración y distribución de las secciones». ¡Nada de aromas ofensivos ni de envoltorios de papel de periódico!
En aquel súper primigenio todos los alimentos lucían en perfectas condiciones higiénicas dentro de vitrinas de cristal o cámaras frigoríficas, y en una sola visita el ama de casa podía comprar allí carne, embutidos, pescado, lácteos, huevos, frutas y verduras, conservas, productos de ultramarinos, mercería, perfumería o limpieza e incluso cambiar las pilas al reloj o copiar unas llaves. Las Galerías de la Alimentación lo tenían todo para extasiar al público pero no a las autoridades del momento, que pusieron a su apertura todo tipo de dificultades administrativas.
Quizás se adelantaron demasiado o, quién sabe, igual pusieron en peligro la ambiciosa 'operación Supermercado', que entonces aún se planeaba en secreto. Fuera como fuese, de aquella tienda no se volvió a hablar ni he podido encontrar más rastro suyo. Mientras tanto el régimen fue poco a poco abonando el ambiente y en la prensa afín —desde Pueblo al semanario El Español— se sucedieron los reportajes sobre las bondades del autoservicio. Todo estaba listo para que en 1958 estrenáramos el carrito de la compra, pero eso se lo contaré en el próximo capítulo.
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