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Jesús Lens
Granada
Viernes, 6 de agosto 2021, 00:37
Cerrado por vacaciones. Es el cartel más visto esta semana en los bares y restaurantes de Granada capital. Y no se hacen una idea de ... la alegría que me da. Por lo que significa. Es una inmejorable señal de que las cosas van mejor. O menos mal, al menos. Ustedes me entienden.
Con el cierre por vacaciones de tantos establecimientos se produce un efecto inevitable: estás más abierto a descubrir sitios nuevos. ¡A la fuerza ahorcan! Los que quedan abiertos absorben a más clientela y las mesas en las terrazas cotizan más alto que el atún de almadraba. Así las cosas, el otro día vimos una mesa vacía en una calle peatonal y nos lanzamos sobre ella sin miramiento alguno. Quiso la buena fortuna que el garito estuviera regentado por una familia de República Dominicana que, además de tirar la Alhambra Especial de grifo con maestría, tiene recetas de su tierra como el pica pollo, una modalidad de pollo frito dominicano. «Como el Kentucky, pero yo creo que está mejor», nos decía el camarero entre la humildad y el convencimiento. Al despedirnos, nos comentó que teníamos que probar el mangú. Le tomaremos la palabra. Pero ahora me encuentro con un problema: no recuerdo el nombre del garito. Como les contaba al principio, nos sentamos en su terraza de casualidad y la entrada daba a otra calle. Está cerca del complejo deportivo Núñez Blanca. A ver si soy capaz de volver sobre mis pasos para reencontrarlo, que me apetece probar gastronomías sudamericanas al margen de las mexicana y argentina, más habituales en nuestra tierra. Echo de menos platos de Cuba, Costa Rica, Perú, Nicaragua o, como en este caso, de República Dominicana.
Otra cosa que añoro: el ambiente de las tabernas y las bodegas. He pasado por una de las grandes clásicas de Granada, Castañeda, y se me saltaban los lagrimones. ¡Ese vermú! Había un ambientazo en su terraza. Con las medidas de seguridad pertinentes y la distancia social, pero ambientazo. Me he tomado una tapa de arroz... del de verdad. Con su alcachofa y su pimiento. Extraordinario. Qué importante es reencontrarnos con esos aromas y sabores, con esas sensaciones de antaño. Uno de los efectos más nocivos de la pandemia, socialmente hablando, es la necesidad de mantenernos apartados. La separación y la distancia pasan de ser algo meramente físico, que se mide en metros, a convertirse en un bloqueo mental. Lugares como Bodegas Castañeda son el vermú y las cañas, los vinos y sus tablas prodigiosas; pero sobre todo son la gente, las conversaciones, los encuentros, las risas y los planes trazados en una servilleta sobre la barra. Volverán. Poco a poco, irán volviendo.
Termino estas notas con otro redescubrimiento: las ostras. «No soy muy 'ostrero'», le decía a Antonio en el restaurante Embarcadero de Calahonda. «Vale, vale. Pero prueba una de estas». ¡Dios! Otra vez, lágrimas como puños. ¿De dónde me había sacado yo eso de no ser muy 'ostrero'? De una vez, hace muchos años, en que me llevé a la boca una ostra con no mucho convencimiento. Yo creo que ni llegué a saborearla, más pendiente de su extraña textura que de otra cosa. El concepto 'bocanada de sabor' ha alcanzado una de sus máximas expresiones este año con esa ostra. Me tuve que contener para no echar mano a las que quedaban en la bandeja. Un lujazo. Un auténtico lujazo. Siempre he defendido que la vida son momentos. Para los gastronómadas, la vida son bocados.
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