Ostras Gillardeau, de Puerta del Carmen

Según Barnes, el amigo probó hasta el dromedario. Pero en realidad lo que prefería eran las ostras, que como se sabe, hacen feliz al hombre enamorado y también al casado. Lo peor es abrirlas, y lo mejor entender que la única perla que habita en ellas es la mar salada. Oler esa brisa siempre es un lujo, y hacerlo en la plaza de tu pueblo aún más. El otro día probé algunas en el Puerta del Carmen. Era un día normal, jueves, creo, pero dejó de serlo en cuanto pude respirar ese privilegio natural por el que deberíamos celebrar cada día estar en lo más alto de la pirámide trófica.