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JOSÉ MONTES
Los peligros del fuera de carta

Los peligros del fuera de carta

Una cosa son los fuera de carta por cuestiones de mercado y otra muy distinta usarlos como estoque

Jesús Lens

Granada

Viernes, 28 de agosto 2020, 00:24

Vaya por delante que, por sistema, rehuyo cualquier tipo de conflicto, bronca o situación incómoda. De ahí que, en ocasiones, me pasen cosas como la que les cuento a continuación. Nos sentamos mi pareja y yo a cenar en la agradable terraza de un restaurante de Ronda. La carta que tenía expuesta al público era tan interesante como razonable y comedida. Al precio, me refiero.

Pedimos las bebidas y con el menú llegan las consabidas y habituales sugerencias fuera de carta. Que eran muchas. Y muy variadas. Algunas de ellas incluían productos que ya estaban en la propia carta, como unas determinadas almejas o el tomate ecológico con ventresca, por ejemplo. Que efectivamente pedimos y que estaba de rechupete, las cosas como son.

–Unas almejas (de las de la carta) y unas alcachofas con jamón.

–Alcachofas no tenemos, que no están de temporada, pero tenemos unas cigalas, una dorada, una lubina…

Nada de ello aparecía en la carta. Pedimos tiempo muerto y volvemos al menú, en el que ningún plato llega a los 25 euros. Encuentro un tentador revuelto de morcilla, una de mis perdiciones gastronómicas más fetichistas, pero era excesivo para una cena. También hay bacalao. Y como estábamos en plena 'Ruta del bacalao y del rabo de toro' para la Gastro Ruta del suplemento Sol y Sombra de este periódico, optamos por el pescado.

–¡Qué mala suerte! Tampoco tenemos el bacalao, pero tengo una merluza estupenda.

Merluza que, como ustedes habrán deducido, también era un fuera de carta. El metre se quedó allí enfrente, esperando. Llegados a este punto, había tres opciones. Pedir un revuelto de morcilla que en realidad no nos apetecía demasiado, recurrir a los trillados huevos rotos con cosas para liquidar la cena por la vía rápida… o tirarnos a la piscina del fuera de carta de una puñetera vez.

La lubina a la espalda estaba muy buena, las cosas como son, otra vez. Pero junto a la lubina, nos llevamos bien clavado un sablazo que ni los de los bandoleros del siglo XIX: 50 euracos de bellón. No osaré decir que la lubina no los valiera, pero no era lo que habíamos previsto gastar en la cena, dados los precios de la carta.

Lo sé, lo sé. La culpa es nuestra por no haber preguntado el precio antes de pedir, pero el metre se había encargado de hacer la situación lo suficientemente incómoda, mirándonos como si fuéramos unos 'tiesos', como para seguir debatiendo sobre el dichoso menú. A esas alturas de la noche, la cena se había convertido en un engorro y nosotros nos sentíamos como Pedro Sánchez negociando las ayudas europeas con los frugales.

Lo que más me fastidia es que a la caída de la tarde habíamos estado en Casa Clemente, establecimiento fundado en 1575. Disfrutamos de unas Milnoh y de unas croquetas de tapa. Extraordinarias. Su propuesta culinaria, escrita en una pizarra, era de lo más sugerente. Pero el garito estaba a las afueras de Ronda y, para volver, nos quedaba un largo paseo en cuesta. ¡En qué momento decidimos que era mejor subir primero y cenar arriba, más relajados!

Venga. No se corten. Díganlo alto y claro: «¡Primos! ¡Que sois unos primos de manual!» Y no les faltará razón. Unos primos de tomo y lomo que, debidamente estoqueados, cruzamos el Tajo de Ronda con las orejas gachas.

Eso sí. Como soy resiliente y siempre estoy dispuesto a aprender, me llevo la lección sabida: en el próximo sitio donde, fuera de carta, me ofrezcan un interminable chorro de platos que deberían figurar en el menú; antes de levantarme e irme con viento fresco pediré la hoja de reclamaciones. Que una cosa es evitar el conflicto y, otra, actuar como un cándido pipiolo.

Ronda es un lugar maravilloso y en la mayoría de sitios estuvimos en la gloria. Pero en el restaurante de marras y en otro lugar del que próximamente les hablaré, nos pegaron un sablazo de padre y muy señor mío. Es lo que tienen los sitios que viven por, para y del turismo: algunos vivillos se pasan de frenada.

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