Es probable que, si peina canas, usted también guarde memoria de la primera vez que probó el cilantro, sobre todo si estaba de viaje. ¿Qué demonios era aquello? Un sabor profundo, diferente y embriagador. En el mejor, pero también en el peor sentido de la expresión. Porque, para algunas personas, cuando un plato sabe a cilantro, sólo sabe a cilantro. Y sabe mucho. Tal vez demasiado.
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Hierba aromática muy extendida por el mundo, hace relativamente poco tiempo que regresó a España en un curioso viaje de ida y vuelta. Por resumirlo brevemente: en los tiempos de la Inquisición cargó con el sambenito de ser una hierba 'infiel' que en cocina sólo era cosa 'de moros y hebreos'. Relacionada con costumbres judaizantes, a un converso condenado a muerte se le imputó como prueba condimentar su comida con el 'maligno cilantro'. Ni que decir tiene, desapareció de la dieta y los recetarios de la época por mucho que, durante bastantes siglos, fue uno de los ingredientes herbáceos más habituales de la dieta en la Península Ibérica.
Puede presumir de múltiples efectos beneficiosos para la salud, dado que tiene efectos antiinflamatorios y antisépticos, además de ser muy diurético y aportar vitamina C y, menos habitual, vitamina K, conocida como la de la coagulación.
No aporta colesterol alguno, apenas suma grasas y muy pocas calorías y un 20% del cilantro es aceite esencial y resulta particularmente beneficioso a la hora de facilitar la digestión y combatir el estreñimiento. También viene bien a la hora controlar cólicos y las siempre incómodas flatulencias.
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