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Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 15 de noviembre 2024, 00:16
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El día de Navidad la tierra tembló. A las 9 de la noche del 25 de diciembre de 1884, un terremoto de más de seis grados en la escala Richter sacudió las provincias de Granada y Málaga. Aquel temblor, al que sucedieron numerosas réplicas, causó unos 1.200 muertos, otros tantos heridos e incontables daños materiales en más de un centenar de localidades. El pueblo granadino de Arenas del Rey, epicentro del seísmo, quedó completamente destruido al igual que Alhama, Zafarraya, Albuñuelas o Periana.
Se calcula que unas 40.000 personas se quedaron sin techo y muchas otras dejaron sus casas por la amenaza de derrumbe. La hecatombe no solo llegó en el día más familiar del año, sino, además, en pleno invierno: después del terremoto heló, nevó y llovió torrencialmente sobre los supervivientes, reunidos en campamentos a la intemperie o cobijados como podían bajo improvisadas chozas. Sin comida, sin ropa, sin medicinas, sin ayuda.
Las primeras labores de desescombro y atención a los heridos la llevaron a cabo los propios vecinos, ya que el auxilio no llegó hasta una semana más tarde. ¿Les suena esto a ustedes de algo? Hace 140 años quienes emprendieron las tareas de rescate fueron amigos, familiares y otros voluntarios que a título personal o en nombre de un colectivo se presentaron en el lugar de la catástrofe para arrimar el hombro. Parece mentira que tanto tiempo después haya vuelto a pasar lo mismo con las inundaciones en Valencia, pero así es.
En 1884, el papel de las actuales redes sociales lo desempeñaban los viajes en mula, el telégrafo y los periódicos, y una vez extendida la noticia por toda España también se desató una ola de solidaridad semejante a la de ahora. La reacción institucional fue similar a la actual, lenta y tardía, aunque aún menos eficaz por no existir entonces protocolos de emergencias ni mecanismos para desbloquear ayudas económicas.
La situación fue tan parecida a la que hoy sufren los afectados por la DANA que asusta, pero si les estoy contando esto no es solo porque todos estemos afectados por las consecuencias de la riada. Resulta que dos de las personas que más se movilizaron por el terremoto de Granada pertenecieron al mundo de la gastronomía y que el testimonio de su solidaridad todavía se puede ver, hecho cemento y ladrillos, en un pueblo tan agradecido que incluso cambió su nombre en honor a ellos.
Santa Cruz del Comercio están en la comarca de Alhama (Granada). Es un pueblito de 530 habitantes que hasta octubre de 1888 se llamó oficialmente Santa Cruz de Alhama y que voluntariamente se rebautizó como gesto de agradecimiento hacia los comerciantes madrileños que sufragaron su total reconstrucción.
Sociedad de socorros
El Círculo de la Unión Mercantil e Industrial se fundó en Madrid en 1858 como un club de empresarios dedicado a promover la actividad comercial y a defender los intereses de sus socios. Aunque suene a contubernio capitalista, el Círculo también sirvió como sociedad de socorros y entidad benéfica, recaudando por ejemplo dinero para las víctimas de las inundaciones de Murcia en 1879 u organizando eventos filantrópicos de distinta índole.
Sus miembros respondieron enseguida al llamamiento desesperado que el director de El Defensor de Granada, Luis Seco de Lucena, hizo al día siguiente al terremoto en las páginas de su diario. En el Círculo de la Unión Mercantil había banqueros, empresarios y fabricantes de todo tipo de productos, pero dio la casualidad de que en la junta directiva había dos confiteros. El presidente, el turolense Carlos Prast y Julián (1830-1904), era dueño de la famosa confitería y ultramarinos Casa Prast de Madrid, proveedora de la Casa Real y cuna del Ratón Pérez. Otro hombre dedicado a los dulces, el lucense Venancio Vázquez López (1847-1921), compaginaba su trabajo al frente de una fábrica y la tiendas de chocolates y galletas con el puesto de contador del Círculo.
Ambos fueron determinantes en el destino de Santa Cruz de Alhama. Aunque solo tuvo que lamentar trece muertos, en este pueblo el suelo literalmente se abrió: la gran mayoría de sus 300 casas quedaron arruinadas y de las profundidades de la tierra comenzaron a surgir gases tóxicos y aguas sulfurosas. Fue el primer municipio que visitó la comisión de socorro del Círculo de la Unión Mercantil, nombrada de urgencia el 3 de enero de 1885 para distribuir el dinero que comenzaron a recaudar los socios y los donativos en especie entregados en las confiterías.
La comisión, dirigida por Venancio Vázquez, se presentó en Santa Cruz cuando aún no habían llegado allí ni guardias, ni soldados. Repartieron ropa de abrigo, víveres, medicinas y material para construir cabañas.Los vecinos les nombraron en aquel mismo momento hijos adoptivos del municipio.
De vuelta en Madrid siguieron con la colecta y acabaron reuniendo 250.000 pesetas que casi íntegramente se dedicaron a levantar en Santa Cruz 224 casas, un puente, una nueva iglesia y un ayuntamiento con escuela. Al lado de ese consistorio sigue existiendo la calle Carlos Prast, un dulce recuerdo a lo que lograron dos confiteros con voluntad solidaria.
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