Las recetas de cocina de Alfonso XIII
En 1927 participó en un libro estadounidense con las fórmulas que se usaban en palacio para la tortilla de patatas y el cocido madrileño
Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 3 de octubre 2025, 00:42
Será cocinillas Felipe VI? ¿Tendrán buena mano para guisar —o lo habrán hecho alguna vez— Leonor y Sofía? Que yo sepa, desde Casa Real nunca se ha informado acerca de algo tan cotidiano, sencillo y simpático como si los reyes, la princesa y la infanta suelen cocinar. De don Juan Carlos sabemos, seguramente para su desgracia, que es aficionado a las barbacoas al aire libre y que es capaz, como cualquier hijo de vecino, de parrillear en pantalón corto y con la gorra colocada hacia atrás. Ahí el emérito hizo un guiño a su abuelo Alfonso XIII (1886-1941), prototipo original del monarca campechano y un tanto crápula amante de las mujeres, la caza, el polo, el vino y el buen comer.
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Del decimotercer Alfonso conocemos un buen puñado de anécdotas culinarias, desde que siendo niño inspiró el cuento del Ratón Pérez –el animalito mágico que vivía dentro de una caja de galletas– hasta que su hedonista estancia en Deauville en 1922 dio nombre a un cóctel –el famoso Alfonso a base de champán, Dubonnet, angostura y azúcar– o que fue gran aficionado al caldo y las chuletas que la célebre cocinera vasca Nicolasa Pradera servía en San Sebastián. También fue comensal habitual del Martínez, el restaurante español más famoso de Londres, y no perdió nunca ocasión de demostrar en público sus dotes (o al menos su buena disposición) para la cocina, ya fuera haciendo paella y migas durante una visita a una escuela militar o preparando a la brasa cualquier bocado improvisado durante una partida de caza.
Sabores típicos
A todo eso deberíamos sumarle que fue un gran defensor de la gastronomía española y uno de los primeros valedores de nuestros sabores típicos: no solo introdujo platos tradicionales en los banquetes oficiales y ordenó que los menús de palacio se escribieran en castellano, sino que difundió las recetas españolas siempre que tuvo ocasión.
En 1927, por ejemplo, participó con dos fórmulas de cocina en un recetario estadounidense bastante singular titulado 'The Congressional Club Cook Book'. El Congressional Club había nacido en Washington DC en 1908 como un círculo social para las esposas e hijas de congresistas, senadores, jueces de la Corte Suprema, diplomáticos y miembros del Gabinete de EE UU. Ahora un club así nos parecería sexista y desfasado, pero entonces tenía su miga que aquellas señoras se relacionaran entre sí y tendieran puentes a pesar de posibles rivalidades políticas. El caso es que además de tomar el té, organizar actos de caridad y para agasajar a quien fuera Primera Dama, las socias del Congressional Club solían intercambiar trucos y recetas de cocina. Por eso, cuando a mediados de los años 20 quisieron ampliar su sede, decidieron recaudar los fondos necesarios a través de la venta de un libro de cocina un tanto especial, compuesto por más de 800 recetas estadounidenses e internacionales que aportaron ellas mismas, amigas, conocidas… o personalidades como el rey de España.
El apartado que el libro dedicó a nuestro país está compuesto por siete fórmulas, de las cuales tres (arroz a la valenciana, pollo guisado y croquetas) fueron contribución personal de la esposa del embajador español en Washington, doña Carmen Satrústegui de Padilla. La receta para la paella iba firmada por el madrileño Hotel Ritz, la de la langosta a la americana por el personal de la embajada de EE UU en Madrid y otras dos (tortilla de patatas a la española y cocido) por el mismísimo monarca.
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Según una nota del embajador Ogden Hammond, cuando la petición del Congressional Club llegó a la legación norteamericana esta curiosa solicitud gastronómica fue transmitida al rey don Alfonso, quien ni corto ni perezoso decidió «seleccionar y dirigir personalmente la preparación de las recetas».
Tortilla sin cebolla
Imagino que eligió dos platos representativos o que le gustaban especialmente y luego se limitó a ordenar que el jefe de las cocinas reales redactara las instrucciones para elaborarlos, adaptándolas a las unidades de medida usadas en EE UU y a los ingredientes disponibles allí. Quizás por eso las patatas de la tortilla se mandan freír en manteca de cerdo en vez de en aceite de oliva, aunque en aquellos tiempos esa costumbre no fuera rara en ciertas zonas de España.
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Por si les pica a ustedes la curiosidad, la tortilla de palacio no llevaba cebolla y el cocido real incorporaba garbanzos, carne de vaca, jamón de Avilés, tocino, gallina, chorizos de Riofrío, morcillas, repollo, puerro, cebolla, zanahoria, patata y azafrán. La col y los embutidos se cocían por separado, mientras que el resto de ingredientes se hacían juntos a fuego lento. Lo que más misterio tenía de la receta era la presentación final, en una fuente alargada de porcelana y dispuesta de la siguiente manera: en ambos extremos, la col, y encima suyo las verduras y el tocino; en el centro los garbanzos con la carne, el jamón y la carne de gallina, y entre un grupo y otro los chorizos. Todo troceado, colocado con gusto y acompañado de salsa de tomate.
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