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Estamos ante una entrevista peculiar, que Ricardo Bosque ha escrito 'El lugar de los hechos' a cuatro manos... con un servidor. Nos conocemos bien y estuve con él en Villanoir, en elPirineo, presentando el libro y disfrutando de su excelsa gastronomía en el Albergue Villanúa y en el restaurante Monte Lierde. Su propietario, Marcos, nos ofreció un menú Km. 0 con productos procedentes de su propio huerto y recogidos el mismo día.
–¿Qué tal la comida en Granada?
–Excelente. La ensaladilla del Qübba, maravillosa, y unas costillas impresionantes que no pude terminar por el tamaño de la ración. Habrá que repetir en otra ocasión tras un par de días de ayuno. Y lo de El Nopal, para nota: había probado algunos platos típicos mexicanos pero esto es jugar ya en otra división.
–¿Qué es 'El lugar de los hechos'?
–Buena y complicada pregunta: una guía de novela negra, una guía de viajes alrededor de la literatura criminal, un libro de libros… Un artefacto imprescindible para los amantes del género negro, que estoy seguro lo apreciarán de principio a fin.
–La idea surgió precisamente en un bar…
–En Gijón, en concreto. Los bares son lugares para conversar, y de la conversación surgen, a menudo, las mejores ideas. Como surgió esa vuelta al mundo en ochenta días de Phileas Fogg en la que, de algún modo, se inspira nuestro libro. Y si en un bar surgió la idea, en otro, esta vez en Plentzia, es donde se concretó el proyecto. Bares, qué lugares…
–¿Algún bar o restaurante que destaque en el libro?
–Los bares son un elemento fundamental en el género negro, convirtiéndose algunos de ellos en un personaje más en muchos casos. ¿Qué sería de Jules Maigret sin esa Brasserie Dauphine en la que ordenar unos buenos bocadillos para sobrellevar un interrogatorio? ¿O de John Rebus sin el pub The Oxford, The Ox para los habituales? ¿O de los múltiples pubs frecuentados por tipos como Lennox, Jack Taylor, Endeavour Morse o Quirke? Por no hablar de esa mesa reservada a nombre de Kurt Wallander en el Hotel Continental de Ystad, el mismo en el que se aloja su hija, Linda, cuando le visita de vez en cuando.
–¿Por qué desempeñan bares, cafés y otros tugurios un papel tan importante en el género negro?
–Los bares son lugares en los que conversar, como decían los Gabinete Caligari, que de garitos también sabían un rato largo. Y en el caso de la novela negra, sitios en los que citarse con algún soplón, en los que vigilar discretamente a algún sospechoso, en los que ahogar en alcohol las penas y soledades del oficio, ya sea que pensemos en los detectives más clásicos de los años cincuenta –cuántas palizas habrá superado Marlowe con una aspirina y un bourbon– o de los actuales funcionarios pertenecientes a los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.
–¿Le gusta la dimensión gastronómica del noir mediterráneo?
–Es una parte fundamental del género en nuestro entorno más conocido. ¿Qué sería de Carvalho sin unos buenos fogones? ¿O de Montalbano sin la trattoria de Enzo o su fiel asistenta Adelì? ¿O de Jaritos sin esos tomates rellenos que le prepara su esposa, Adrianí? Por cierto, qué precisa es esa distinción que hace Petros Márkaris entre la Europa del vino y la de la cerveza y la manera de entender los placeres del estómago por parte de los escritores de esos dos mundos tan cercanos geográficamente y tan alejados en el aspecto gastronómico.
–¿Define a los personajes de novela negra cómo tratan a los camareros?
–En muchas ocasiones, los camareros son esos colaboradores necesarios para los detectives, si bien no siempre de un modo desinteresado, que unos billetes siempre vienen bien a la hora de desatascar lenguas. Y, siempre, un buen camarero es ese tipo que conoce a la perfección a su parroquia habitual, sabe con quién bromear y con quién andarse con pies de plomo. Así que, en todo caso y ante una profesión tan dura y sacrificada, «respect», como cantaría Aretha Franklin.
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