El sabor del tiempo
Gastrobitácora ·
La lectura de un ensayo del filósofo Byung-Chul Han me hace reflexionar sobre Proust, su magdalena y el arte de demorarseGastrobitácora ·
La lectura de un ensayo del filósofo Byung-Chul Han me hace reflexionar sobre Proust, su magdalena y el arte de demorarseJueves, 3 de diciembre 2020, 19:45
Un buen día, Marcel Proust mojó una magdalena –los estudiosos dicen que es más probable y lógico que fuera un cruasán– en una taza de ... té de tilo. Cuando se llevó a la boca aquel manjar, le embargó un torrente de felicidad.
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En su célebre 'En busca del tiempo perdido' lo contaba así: «Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal».
Dirán ustedes que si una magdalena fue capaz de provocarle todo aquello, qué no le habría pasado al hombre de comerse una buena morcilla de Güéjar Sierra con pan de Alfacar. Pero no nos desviemos, que hoy voy de místico e intelectual.
Para Proust, aquel bocado funcionó como una máquina del tiempo que le devolvió a su infancia. ¿A quién no le ha pasado, caminar por la calle, pasar por la puerta de un bar o restaurante y que el olor a una comida le transporte a la casa de su madre o de su abuela? Es un estímulo más poderoso, incluso, que el de ver una fotografía antigua o escuchar una grabación del pasado. Una cucharada de potaje, unas torrijas o unas croquetas caseras te conducen a tu infancia con más precisión y rapidez que el DeLorean de Marty McFly.
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En su ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, titulado 'El aroma del tiempo', el coreano Byung-Chul Han se muestra muy crítico con el presentismo absolutista en que nos hemos instalado. Desde la multitarea a la aceleración constante, solo le concedemos importancia al aquí y al ahora, obligándonos a llenar con excitantes y vertiginosas actividades el escaso tiempo que nos dejan nuestras múltiples ocupaciones cotidianas. Lo queremos todo y lo queremos ahora. Ya. De forma inmediata. De ahí el éxito de la fast–food: toda la comida en una misma bandeja para comer con las manos o, en el mejor de los casos, con un tenedor o una cuchara de plástico que no haya que lavar, secar y recolocar en su sitio.
Para el filósofo coreano, la conmoción provocada por la magdalena de Proust presupone una trayectoria histórica en el tiempo, una linealidad que se rompe con esta locura de presentismo sin fin a través del que perseguimos llegar a dos sitios a la vez y no estar locos. La tentación de la simultaneidad que nos permiten los móviles, el 4G y el estar permanentemente conectados hace que el tiempo, paradójicamente, se acorte, se estreche, se achique.
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En ese sentido, Byung-Chul Han también hace referencia a la importancia de los intervalos para ordenar el tiempo. «Sin intervalos no hay más que una yuxtaposición o un caos de acontecimientos desarticulados y desorientados». Y es ahí donde, por fin, le encuentro sentido a la costumbre de pedir ensaladas en un restaurante. Hasta ahora, estaba convencido que era una convención, una ley no escrita basada el concepto de culpa: dado que nos vamos a meter entre pecho y espalda un cordero segureño o un solomillo de vaca pajuna, una botella de Prado Negro, una jarra de cerveza y una bomba calórica en forma de tarta de chocolate a los tres chocolates bañada en chocolate; comencemos por una saludable e inocua ensalada, como si pidiéramos perdón.
Gracias a la serena y pausada lectura de 'El aroma del tiempo' he comprendido la importancia ritual de comenzar una comida por los aperitivos y los entrantes antes de hincarle el diente al plato principal. No es (solo) por darse el gustazo y entregarse a la gula glotona. Es una cuestión de orden y concierto. De darle tiempo al tiempo. «La experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena», sostiene Byung-Chul Han. Más vale una sola comida con tres platos, tranquila, morosa y bien despachada; que tres comidas rápidas y aceleradas de un solo plato. Es la manera de disfrutar de la experiencia, la forma de que deje huella, poso y un recuerdo duradero y perdurable.
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El arte de demorarse. El aroma, el sabor del tiempo. Ahora que vivimos una existencia circunscrita a nuestro ámbito geográfico y suspendida en el tiempo; reflexionemos sobre los riesgos de la prisa y la aceleración y seamos más conscientes de la importancia de disfrutar de las cosas realmente importantes de la vida. Como el primer trago de cerveza, el aroma de un buen vino y un bocado de comida casera que nos recuerde nuestra infancia.
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